Eterno verano.

sábado, 24 de diciembre de 2016

Gente maravillosa.

Una oración a Dios, pidiéndole por mí, antes de ser dejada en el Muro de los Lamentos. He borrado varias de las palabras por tratarse de temas personales.
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Recuerdo que mi tío, cuando instaba a sus amigos a reunirse, les decía que era provechoso volver a la sangha. Es esta una palabra de la tradición budista cuya interpretación más cercana sería "comunidad", entendida como un conjunto de personas reunidas con intenciones y propósitos nobles o en búsqueda de la realización personal (por ejemplo, los monjes). Según él, no hacía falta recluirse en un monasterio ni hacer grandes penitencias, porque la propia vida es una continuada oportunidad para pulir los defectos, adquirir rectitud y asomarse a la perfección.

Son muchas las personas que han pasado por mi vida y con quienes he hecho sangha en las más variadas e insospechadas formas y momentos. Desde aquella chica que conocí a inicios de mi adolescencia mientras observaba el mar barranquino, pasando por compañeros de colegio a quienes nunca más volví a ver (pero que alguna frase dejaron), y terminando por personas que conocí en la universidad, a través de la red, o en algún viaje, y de los que no volví a tener noticia. Dicen que cada ser humano tiene una misión en la vida de aquellos con quienes se cruza, y así como hay misiones que duran hasta el final de tu vida terrenal, hay otras que se acaban tras unos minutos, unos días o unos meses, pero que te marcan para siempre.

No es la cantidad de tiempo, sino la calidad. No son las cosas que vives, sino la intensidad con que éstas se graban en tus recuerdos. Ni siquiera son los acontecimientos en sí, si no cómo estos ocurrieron en el momento preciso que les permitió hacerse inolvidables. Nunca he sido una persona de muchos amigos, casi todas las personas con las que me he cruzado han sido aves pasajeras. De paso más o menos largo, pero de paso al fin; aunque eso no quita que si alguno de ellos faltase en mi historia de vida, las cosas no serían iguales a día de hoy. Y en eso radica su importancia y la razón para estar agradecido.

Esta Navidad me alcanza teniendo a varias personas de mi sangha actual, un tanto distantes. Mis dos mejores amigos están lejos, lo mismo que algunas personas de mi familia. Otros han continuado su camino por las dimensiones del espíritu y, algunos, aunque cercanos en el espacio y el tiempo, están alejados por los malos entendidos de la comunicación humana u otras circunstancias propias de nuestra falible voluntad.

Uno de mis mejores amigos está de viaje en Egipto, Jordania e Israel. En estas semanas, le ha prestado especial atención a orar por los cristianos perseguidos y, en cierto modo, ha visto la violencia musulmana de cerca: Estuvo en El Cairo hasta solo tres días antes del cobarde atentado musulmán contra la Iglesia Copta de San Pedro y San Pablo. Por estas fechas se encuentra en Jerusalén, conociendo los lugares por los que transcurrió parte de la vida terrenal de Nuestro Señor Jesucristo y me envió algunas fotos de los mensajes que puso en las rendijas del Muro de los Lamentos, pidiendo por las intenciones de nosotros, sus amigos. Dice la tradición judía, según me refería, que este lugar oficia como una especie de "teléfono directo" con la divinidad y que los mensajes en él depositados son respondidos por Dios de forma mucho más rápida que las oraciones comunes. Son creencias con las que uno puede coincidir o no, pero las buenas intenciones, aún estando tan lejos, son bien recibidas. Cuando una amistad es verdadera, trasciende las barreras del tiempo y el espacio y, estoy seguro, que él también merece ser mencionado en este post, dedicado a todas aquellas personas que el Padre hizo (y hace, y hará) que coincidieran conmigo en esta aventura llamada vida.

Feliz Navidad para todos. Dediquemos este día a orar por aquellos que, por algún secreto pero maravilloso motivo, coinciden con nosotros en esta fascinante aventura; por aquellos que han perdido la esperanza de encontrar el sentido de su vida; por quienes sufren la violencia en estos mismos momentos; pero especialmente, agradezcamos a Aquel que nos regaló la existencia, por cada instante de observar y aceptar la belleza, tanto de la suave brisa, como de la inquietante tormenta y aún de aquello que no podemos comprender.