Eterno verano.

viernes, 5 de enero de 2018

Lo que aprendí de las Tierras Altas.

Algo que he observado con respecto a las tierras altas (sin importar si estás en Perú, en Nepal o en las highlands británicas) es que los pueblos que ahí habitan, y sin el más mínimo contacto con similares lugares en el resto del globo, han optado por vestirse con ropas coloridas. Es como si quisieran contrastar la monocromía de las cumbres nevadas o la frialdad de la delgada atmósfera con el color de sus vestiduras o la alegría de sus diseños. Me recuerda a aquellas personas que exteriormente son todo risas pero que, generalmente, son las que en el fondo están más tristes o desesperanzadas; maquillando lo exterior para evitar el derrumbe interior. Y es que en el fondo todos buscamos sobrevivir y elaboramos estrategias para mantenernos a flote.

Por algún motivo las distintas culturas humanas han ubicado siempre a Dios y su Reino o al Paraíso Prometido por sobre sus cabezas. Decía cierta persona a la que aprecio que le sorprendía cómo todos siempre mirábamos hacia el cielo cuando nos sentíamos más libres o cuando nos ocurría algún hecho venturoso, de esos que te salvan la vida o el día. Es como si todos conociéramos de fábrica la forma de emitir una muda pero significativa plegaria hacia Aquel que tiene nuestro mundo en sus manos.

Y es que, será por la atmósfera más rala, será por lo hermoso de los paisajes que desde ahí se avisoran, o será por algún condicionamiento cultural, pero lo cierto es que es en lo alto de las montañas donde me siento más libre y más cercano a Dios. Pero mucho antes que yo, y sin mediar influencia alguna, los monjes orientales y occidentales, cada uno por su cuenta y cada uno según su filosofía, llegaron a la conclusión de que sus plegarias serían mejor escuchadas si es que construían sus monasterios o ermitas en las zonas elevadas. Pero no solo eso, sino que tenían la plena convicción de que mientras las alturas los acercaban más al Dios exterior, paralelamente iban conociendo más a la chispa de la divinidad que habitaba en su interior. En otras palabras, las alturas te conectan con el Infinito y te ayudan a ser consciente de que Todo es Uno, y que tú eres sólo una parte, un pequeño pero importante e irreemplazable engranaje de esa Única Existencia.

Dios bendiga las Alturas.


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