Eterno verano.

Mostrando las entradas con la etiqueta recordando la niñez y la adolescencia. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta recordando la niñez y la adolescencia. Mostrar todas las entradas

jueves, 6 de octubre de 2016

Eusebio Maní.

Muchos personajes de nuestra historia personal quedan injustamente olvidados por la memoria, pero eso no significa que su papel en nuestras vidas haya acabado del todo, por modesto que haya sido. Y creo que eso fue lo que pasó con Eusebio Maní.

Fue hace unos días cuando el tío Nelson me preguntó si es que recordaba a "el hombre del maní" o "Eusebio maní, porque manicero se presta a malas interpretaciones". Ante tal denominación, lo primero que vino a mi mente fue la carátula de "La venganza del maní asesino" de Chabelos, es decir, algo no muy inocente que digamos. Pero poco a poco fui recordando y volví en el tiempo gracias a los pensamientos (inserte aquí: "Vuela, vuela" de Magneto).

Debe haber sido a inicios de 2002 y en el terral que antes había frente a San Marcos cuando coincidíamos con Eusebio, quien era vendedor especializado en una amplia gama de manís, pecanas y otros alimentos saludables. Coincidíamos, mejor dicho, en algunas de las tardes en que nosotros íbamos a vender libros, por no decir que el tío Nelson los vendía y Pedro (el primo postizo) y yo nos dedicábamos a leer y hablar sobre la pluscuamperfección del universo y sus implicancias en la vida social de las zarigüeyas arborícolas, es decir, a huevear. Y fue en algún momento de aquellas tardes en que también coincidimos con Ramiro, el Testigo de Jehová que vendía jugo de piña; con Giovanni, el sanmarquino que iba a comprar libros de segunda de Filosofía; con Alejandro, el tío del ceviche que más de un problema gástrico nos causó, entre otras personas. Todos ellos se fueron diluyendo lentamente de la memoria una vez que esa etapa de vender libros fue dejada en algún estante de la casa del tío Nelson y de nuestros recuerdos.

Pero Eusebio no nos había olvidado. Y ello a pesar de que una vez que el terral desapareció y la municipalidad se encargó de dispersar a los que allí vendían, se tornaron inubicables todos aquellos personajes. Y fue un día, hace algunas semanas, mientras el tío Nelson pasaba por la avenida Alfonso Ugarte, cuando escuchó que lo llamaban de forma peculiar:

- ¡Eh, Nelson libro!

Y fue así como lo recordaba, como "Nelson el de los libros" o como "Nelson libro", para resumir. Y una de las primeras cosas que también recordó fue mi presencia. Mientras los chiquillos de por ahí correteaban y jugaban fulbito, yo me la pasaba leyendo libros y revistas y de vez en cuando hacía comentarios sobre los temas que leía, con Nelson, Pedro o Giovanni, especialmente cuando eran temas de historia. Pero me llamó la atención que Eusebio, incrédulo ante aquella actitud, se refirió a mí como "el chico que parecía que leía".

Me sentí subestimado, lo admito, pero después comprendí. Frente a una adolescencia que ya desde aquellos años y mucho antes prefería desbandarse, la presencia de un chibolo que se la pasara leyendo era cuando menos, llamativa y generadora de escepticismo.

Hace un par de noches decidí pasar por Alfonso Ugarte a eso de las 8. Me disponía a ir al lugar donde venden libros de segunda (y donde encuentras algunos ejemplares hasta del siglo XIX) y recordé todo esto. Mis pasos se encaminaron rápidamente hacia el lugar donde sabía que lo encontraría. Me causaba mucha curiosidad, ya saben que muchas veces soy presa de mis recuerdos y de una casi enfermiza afición por pasármela redescubriendo e idolatrando mi pasado.

Lo encontré, lo miré a los ojos para ver si era reconocido y le pregunté el precio de una de aquellas bolsitas de maní con pasas. "Dos soles", me dijo, no me había reconocido a pesar de que yo estaba con la misma camisa de hace diez años. Me disponía a retirarme cuando decidí dar media vuelta y le dije:

- Disculpe, ¿recuerda cuando usted vendía maní frente a San Marcos?

Me miró extrañado, respondiendo que eso fue hace muchos años y que quién era yo para saberlo. Entonces le respondí, sonriendo.

- Bueno, yo soy el muchacho que según usted "parecía que leía" junto a Nelson.

Y así nos quedamos conversando de la vida. Cuando menos me dí cuenta, había pasado más de media hora y la calle empezaba a hacerse más peligrosa de lo que ya es a cualquier hora. Me preguntó qué había sido de mi vida, si todo estaba mejor con mi familia (ese verano me quité de mi casa por varios días, en un arranque de hartazgo adolescente) y qué hacía. Le conté que había estado estudiando Derecho contra mi voluntad, que ahora estaba estudiando dos carreras, una, curiosamente en San Marcos, y otra en una universidad privada, y que ya no vendía libros sino que ahora los coleccionaba. Y que sí, sí leía, no solo lo aparentaba. Le dió gusto, quedé en volverlo a visitar esta vez con Pedro y Nelson y quizá conversar de los viejos tiempos en la casa de este último. Por su parte, a él aún le quedaban un par de horas de vender sus productos.

Me despedí y me alejé pensando en cómo para algunos la vida ha cambiado tanto en estos años mientras que para otros solo ha cambiado el lugar de desempeño, mas no las actividades. Y recordé que fue con la gente más sencilla con la que siempre me sentí más identificado, comprendido y en familia. Y que además, son los únicos que (quizá sin yo merecerlo) hasta ahora no me olvidan.

Escrito en mayo de 2012.

jueves, 14 de abril de 2016

Entre ruinas y renacimientos.


Me sentí un poco triste la tarde del pasado domingo, aunque no me sentía tan mal al recordar que medio Perú estaba tanto o más triste que yo tras conocerse los resultados a boca de urna de las elecciones presidenciales. Pase lo que pase, el futuro del país es incierto y nuevamente las grandes mayorías hacen que se tenga que elegir no por convicción sino por el mal menor. Es el país que tenemos, a veces me quejo, pero en el fondo no dejo de amarlo.

La razón de mi tristeza no era porque Barnechea hubiera quedado con 7% a pesar de ser el candidato más preparado y culto (pero que decidió no comer un chicharrón ni recibir un sombrero que no le gustaba, en el momento incorrecto y en un país que se pone sensible por huevadas) sino porque mi lugar de votación cambió y esta vez tocó dirigirme a las instalaciones del que fue mi colegio hasta hace algunos años, pero que hoy es la facultad de una universidad privada. Horror y consternación me causó el ver que las aulas del bello edificio antiguo, que tantas historias (como la del "fantasma del colegio") habían albergado, se encontraban derruidas y sus restos rodeados por una malla, cual resto arqueológico de tiempo inmemorial. Una demolición que no llegó a término porque imagino que, más tarde que temprano, los mercantilistas dueños de la universidad se dieron cuenta de que era un esfuerzo inútil, y prefirieron dejar que sea el tiempo quien termine por derrumbar los históricos restos.

Ahora, no se piense que soy un viejo treintón ni cuarentón, porque no llego aún a los 30 (aunque poquito me falta), por ser de la última promoción que acogió aquel lugar; pero caminar rodeándolo y comprobar que mi cola para la votación la tendría que hacer exactamente en el mismo lugar en el que había hecho la formación de los lunes y las insufribles clases de Educación Física semanales, me causó un cierto sentimiento de fosilidad (perdóneseme el palabro) y de pertenencia a otra época. Fueron buenos y malos momentos sí, pero en el fondo la adolescencia fue una edad más sana, menos complicada y muy pero muy poco valorada por muchos. Recuerdo las palabras de mi madre cuando tenía 14 o 16: "A tu edad todos creen que la juventud dura para siempre, pero cuando menos te des cuenta ya tendrás 30 y te preguntarás ¿qué he hecho con mi vida?" Ahora estoy ad portas de ese momento y espero que mi respuesta a la pregunta sea satisfactoria y no termine entristeciéndome.

Y tristezas es lo que menos puedo tener. Resulta que hace unos días comprobé otra frase que siempre me decía, esta vez, mi tío: "Cuida tu salud, porque lo que hagas en los primeros 30 años de tu vida lo cargarás los siguientes 30". Resulta que una de esas noches empezó a dolerme el pecho, para después adormecerse parte de mi mano izquierda y hacerse patentes fuertes palpitaciones. Viniendo de una familia donde un par de personas han tenido males cardíacos ya se imaginarán lo que pensé; esa noche hasta tuve miedo de quedarme dormido, pero finalmente lo hice y a la mañana siguiente acudí al hospital, donde tras los chuponcitos del electrocardiograma y una prueba de esfuerzo me dijeron que mi corazón (tan golpeado en lo sentimental, ok no) estaba en buen estado y que lo que me pasaba era fruto del estrés que había llegado a un grado preocupante. Al día siguiente a sacar cita para terapia a fin de que me enseñen a relajarme, controlar la ansiedad y esas cosas; por lo pronto he retomado lo poco que sé de yoga, la meditación y el escuchar cuencos tibetanos, pero sobre todo, el evitar escuchar (y participar de) discusiones.

En esos momentos te das cuenta de quién te quiere y quién no. "Échate a la cama y verás quién te ama", es otra frase que escuché por ahí y que parece erótica pero no lo es: hace referencia a que cuando estés verdaderamente mal, sabrás indubitablemente quiénes son los que te aprecian y se preocupan por tí. Son días de análisis y he modificado algunas cosas: me bañé en mantequilla imaginaria para que me afecten menos los conflictos (y conflictivos) de alrededor y he cambiado mi alimentación, excluyendo gaseosas y excesivas grasas para que mi sobrepeso no sea un factor coadyuvante para con los problemas que ya tengo. Ahora me he vuelto asiduo del Tío Maca de Emancipación y su preparado de maca superhiperespecial a 4 soles que incluye chuchuhuasi, huevitos de codorniz, miel, polen, algarrobina, hojas de coca en polvo y no sé qué más.

"Mente sana en cuerpo sano", decían los antiguos. Esperemos que todo vaya mejorando y termine más saludable que el Dr. Pérez Albela pero con hartas décadas menos, claro :)

El laboratorio del Tío Maca, donde prepara sus recetas 100% secretas.

Un corazón en una saludable manzana, para expresar amor a la buena salud.

Descubriendo el saborcito natural de un pollo a la plancha en pan integral.

lunes, 21 de marzo de 2016

Verte (y tenerte en la mirada).

Verte y tenerte en la mirada,
gritar al viento medio amargo
que aparte su rostro adormecido
y que ponga su voz tenue
sobre las copas verdecidas
o sobre las nubes blanquecinas.

Verte y subir al cielo luminoso,
volar sobre aguas mansas
y saltar con los delfines
jugando a ser acróbata
o vibrar de alegría radiante
al reverenciar tu perfección.

Verte y morir de asombro,
como cuando la vida mira al futuro
y acongoja la incertidumbre
de los tiempos venideros
que sin dolor disimulado
semejan rosales espinosos
plantados en la lluvia
que cae sin anunciar al mundo
lo repentino de su venida.

Verte sin poder contemplarte,
porque los ojos se adormecen
al observar la Armonía única
clamando al horizonte enrojecido
dando órdenes de reina
y miradas de diosa del Olimpo
cual oda del mar a la vida.

Verte y caer en el aire,
recoger las alas saltarinas
y levantar del piso bendecido
una flor verde por los tiempos
y colorida por la vida
que frente a ti parece efímera
e injusta por no ser eterna
para contemplarte embelesada
por los siglos de los siglos.

Verte y no tener palabras,
guardar silencio entumecido
y lágrimas sonrientes
corriendo por las notas musicales
que de mis sentimientos brotan
para conquistar tus melodías
depositando en tu corazón
un destello de mi vida.

Verte y conocer el día;
olvidar al mundo por una vida
y recordar tu bello rostro
por eternidades continuas
y navegando en lo increado
por los ríos de agua eterna,
recordar tu mirada,
soñar que te beso anonadado
o que simplemente me amas
como yo te amo,
tú, mi ilusión; simplemente, mi sueño.


Verano 2003
Autor desconocido.

domingo, 17 de enero de 2016

Lima, esa triste ciudad que paga mal a quienes quieren darle cultura.

.
Todas las estadísticas nos invitan a pensar que el peruano promedio lee poco. Muy poco comparado, incluso, con los otros países de la región. Pero quizá sea solo que no leemos lo que a las grandes editoriales les interesa que leamos.

Hasta hace algunos años no habían muchas grandes librerías (y el par que existía tenía precios abusivamente caros) y es por esto que la piratería llenó el vacío y satisfizo la demanda cultural durante buen tiempo. Las primeras veces que fui a Quilca encontraba los libros "nacionales" (como solía decirse) puestos junto a los demás, aunque en los últimos años se guardaban y se traían cuando el cliente los solicitaba. Aún así, la mayoría de libros no eran piratas sino ediciones antiguas o libros de segunda, de esos que ya no aparecen en los ránkings, pero que la gente compra porque, como el buen vino, se ponen más sabrosos con el transcurrir del tiempo. Tanto unos libros como otros (piratas o antiguos) no generan ingresos para las editoriales y es por esto que no interesa cuantificarlos ni incluir su compra en las grandes estadísticas que el gobierno toma como oficiales y exactas.

Allá por 2005 o 2006 era común observar a una extraña muchedumbre, mezcla de bibliófilos con anticuarios, que se daba cita a partir de las 9 de la noche en una tienda de la avenida Alfonso Ugarte, en la cuadra que está entre la avenida España y la Plaza Bolognesi. Allí, detrás de un mostrador con gaseosas y demás dulces venenos, se extendían dos grandes mesas y algunos estantes repletos de libros antiguos, muchos de ellos incluso del siglo XIX. El gordo Alejandro, que esa era la gracia del dueño, nunca nos dijo de dónde los traía, pero algunos tenían sellos de antiguas bibliotecas personales, dedicatorias por cumpleaños de los 60s o 70s (hermosas épocas en que se regalaban libros como demostración de afecto) e incluso tarjetas de bibliotecas de congregaciones religiosas. El tío Nelson, que fue quien me llevó por primera vez, me decía que a lo mejor se trataba de curas de malas costumbres que negociaban con los libros considerados "prescindibles" o "menos importantes"; y de familias que, una vez muerto el patriarca y poco instruidas las nuevas generaciones, preferían ver el reality del momento, considerando esos libros como un anacronismo. Y los vendían al peso.

En una ocasión nos cruzamos con un turista inglés que compró una colección completa de libros de filosofía en latín exclamando "ahora estos libros regresan por fin a Europa" y también con un vasco que aseguraba que antes de ver tal cantidad de gente en ese lugar y en el jirón Amazonas, creía que era cierto que los peruanos no leían. Mi tío fue durante años a dicho lugar y tiene en su casa varias cajas de libros impresos en décadas donde la mentalidad humana estaba un poco más sana. Yo, por mi parte, también tengo algunos. Llegará el tiempo en que el conocimiento escaseé y haya que buscarlo en lugares recónditos, así que es preferible estar prevenido.

Pero también hubo tiempos de vacas flacas y, algunos años antes de lo que les cuento (allá por 2001 y teniendo yo 14 años), tío y sobrino tuvimos que vender libros en el terral que existía frente a San Marcos antes de la construcción del by pass de la avenida Venezuela. Eran libros antiguos, no piratas y eran rematados porque las cuentas del agua y la luz no entienden de cultura. Había que regresar a casa de mi tío (en el jirón Ica) a pie para ahorrar al máximo, más aún porque muchos de los compradores pedían rebajas sobre lo que ya estaba rebajado, y así es como se fue, por ejemplo, un hermoso, enorme y antiguo diccionario español-latín-griego clásico por el que ofrecieron 40 miserables soles. 40 soles por un libro que nunca más volverás a ver y que no se encuentra ni en la Biblioteca Nacional. Es por eso que rara vez pido rebajas cuando se trata de libros: entiendo que puedes hacerlo cuando se trata de gaseosas o empanadas, pero no con el conocimiento.

Volvamos a Quilca. Fue ahí donde compraron uno de los primeros libros que me regalaron ("Yo visité Ganímedes") y donde compré la mayoría de libros de J.J. Benítez, mi autor favorito (en el puesto de un señor que los tenía casi todos y en original), incluido un ejemplar de la primera edición de "100.000 kilómetros tras los ovnis", de 1980. También había un stand donde una señora vendía libros y revistas antiguos como distintos folletos masones, rosacruces y de la Sociedad Teosófica, asímismo ejemplares de "Lo Insólito", la primera y única revista peruana dedicada a los temas de misterio, allá por los años 70. Es por eso que es un lugar al que le tengo bastante cariño y lamento no haber comprado más libros por tacaño, a pesar de que el desalojo se venía anunciando desde el año pasado.

¿Cómo es posible que durante años se mantengan puteríos, night clubs de mala muerte, cantinas y prostitución callejera a solo unas cuadras y que la Policía prefiera arremeter contra vendedores de libros? ¿Será que nunca han leído uno? ¿O será que el Arzobispado (el dueño de ese terreno) quiere venderlo a alguna inmobiliaria o cadena de supermercados? Irónico porque Jesús no tenía donde reposar su cabeza, mientras ellos son capaces de dejar gente sin trabajo y familias sin comer con tal de tener propiedades y dinero que ni siquiera necesitan.

Como ex vendedor de libros y sabedor de lo mal pagada que es esta profesión en nuestro país (en otros lugares existiría apoyo estatal y privado o por lo menos no habría hostilización) muestro mi solidaridad con los libreros de Quilca esperando que pronto encuentren un nuevo lugar donde establecerse. Escuché el rumor de que se irán a Los Olivos. Sea ahí o a otro lugar, van para ellos mis mejores deseos de éxito y agradecimiento por difundir cultura en una sociedad que en gran medida prefiere el embrutecimiento.

jueves, 25 de junio de 2015

AntiCumpleaños.

No me gusta celebrar mi cumpleaños. De hecho, las únicas fiestas que me gusta celebrar son la Navidad, el Año Nuevo y la Semana Santa.

No me gusta el desfile de gente que solo saluda por cumplir (como si les fuera a caer multa por no hacerlo) porque se enteraron por las redes sociales. Y tampoco me gusta que después llegue el Cuarteto Hipocresía a querer dársela de organizadoras de tono de cumple y buenas amigas, cuando el resto del año ni se acuerdan de la existencia de uno, excepto para pedir favores o contar sus desgracias.

Cumpleaños recordables serían los de cuando tenía 18 años y lo empecé con una cena en casa. Mi madre prohibió el consumo de alcohol así que todos nos fuimos a beber a otro lado con la gente del barrio, después de botar a la gente de la promoción del colegio, que se habían colado y con quiénes nunca me llevé bien.

Cuando tenía 19 también tuve un buen cumpleaños. Tanto que lo celebré durante dos días seguidos en dos discos distintas.

De niño (tenía 7 años) mi madre quiso celebrar mi cumple a fin de integrarme con mis indeseables compañeros del colegio. Sin embargo, estuvo divertido. Se bajaron el lavatorio del baño y se quisieron gilear a Evelyn, la hija de una amiga de mi tía.

Mi viejo me regaló un VHS y fui la sensación con ese regalo. Ahora solo quisiera regalarme un poco de tranquilidad, paz y soledad por un día, pero tengo que ir a estudiar, entregar trabajos y aguantar a gente hipócrita.

Cómo se va jodiendo la vida cuando eres adulto.

domingo, 12 de abril de 2015

Domingos familiares.

Hace mucho que no tengo lo que podría denominarse "un domingo familiar" en sentido estricto. No es algo que me haga sentir especialmente mal pues comprendo las circunstancias de mi familia y, además, sé que el amor que me puedan tener (y yo tenerle a) algunos familiares no depende de un día establecido para reunirnos, aunque sería bonito. Se sentía bien y contribuyó a darme alegrías en mis primeros años.

Recuerdo los domingos de obligada reunión cuando era niño y hasta entrada la pubertad. Venía mi padrino, un italo-estadounidense de casi dos metros de estatura, laico consagrado de una orden católica irlandesa, y después de hacer algunas oraciones y hablar de cuestiones bíblicas con mis tíos, mi madre y otros parientes, se unía al festín alimenticio de rigor. Ese día sí que mi tía se esmeraba con la cocina. Después de su fallecimiento en 2002 no volví a saber de esos banquetes, salvo en unos pocos cumpleaños posteriores.

No me place almorzar con mi padre, porque siempre está presente su mujer, con quien mantenemos una guerra fría que a veces se calienta con uno que otro dardo salido de mi lengua afilada o de la suya, así que es mejor evitar problemas.

Tampoco almuerzo con mi madre, ya que ella almuerza con mi tía y, a veces, con mis parientes de Independencia, y no, no son personas con las que diga "¡qué bruto, qué tal afinidad!", así que paso.

Con quien sí almuerzo la mayor parte de los domingos es con Nelson, mi tío lejano. Él es ovolactovegetariano, así que mi domingo es de penitencia, sin carne. Pero no la extraño porque la conversación de temas sustanciosos (religión, esoterismo, historia, etc) suple cualquier carencia y además, hace verdadera magia con los ingredientes. El plato suele consistir en un arroz sazonado con trocitos de zanahoria, arverjitas y, a veces, hasta papas y fideos; al cual se suman un par de huevos fritos, plátano frito y media palta, todo con su agua de manzanilla, para evitar la indigestión. Pocas veces soy tan feliz con algo aparentemente tan simple.
.
Y de fondo, música clásica.
Pero ¿a qué vino esto?

Lo que pasa es que hace unos días comí un rico cevichito frente al mar con unas amistades y una de ellas se sorprendió cuando le mencioné que algunas personas no podrían unirse a cierta celebración dominical porque tienen su día familiar. No podía creer que aún existan familias que sigan los modelos tradicionales y tengan un día instituido para estar todos juntos.

En cierto modo, que se sorprendan por ello es triste, porque nos indica que el individualismo que nos carcome va ganando la batalla y es percibido por muchos como lo "natural" y "preferible", casi como la única opción para "ser libres y felices".

Pero no, el ser humano no está hecho para estar solo y creo que los domingos familiares (así sean, como en mi caso, solo con mi tío y ocasionalmente también con mi primo) ayudan a afianzar lazos afectivos con las personas entre las cuales Dios y la naturaleza te hicieron nacer y crecer. Lazos que, por cierto, solo son cuestionados y se pierden en las últimas décadas y exclusivamente en nuestra especie. Los que estamos mal somos nosotros.
.
Mamá gata paseando con su hijo gato por los techos de La Punta, quizá buscando juntos algún pajarillo para el almuerzo dominguero.

lunes, 5 de enero de 2015

Recuerdos de otros veranos: La pichina.

Disculpen, así de huachafas eran mis editadas c. 2005, por eso prefiero cubrir los rostros xD
.
A ver ¿Dónde estaría en un verano como este pero en plena adolescencia sabrosona, allá por 2005? ¿Habría estado buscando ovnis en Chilca para hacer mi libro, como hoy? ¡No! ¿Habría estado tumbado cual sirénido varado en Ancón o Chilca? ¡Tampoco! Seguramente estaría ni más ni menos que refrescàndome y conversando de la vida en la piscina.

Pero ¿por qué el título de este post nos habla de una pichina y no de una piscina?

En honor a la verdad, el término fue popularizado muy posteriormente, en 2011, por Elizabeth, una buena amiga de la que ya hablaré si me decido a hacer un post sobre el Oopart que encontró en una playa, pero no nos adelantemos. Digamos que un día ella fue a una conocida piscina de Lima Norte y quedó pasmada al darse cuenta de que en la hora de mayor afluencia de público, las anteriormente prístinas aguas adquirían una tonalidad ambarina, como si nadara en un mar de miel. En la piscina a la que yo iba, el agua no adquiría esa tonalidad, sino más bien un color ligeramente grisáceo, como consecuencia de toda la carca que le sacaba a los asistentes la elevada cantidad de cloro del agua.

La primera vez que visité una piscina fue a mitad de la primaria y es para mí, de ingrato recuerdo. Casi me ahogo porque se me ocurrió hacer un clavado Chavo en Acapulco style y eso ocasionó que hasta bien entrada la secundaria me jodieran por ello. Pero ya en la adolescencia se me dió por enfrentar y vencer mis miedos y así como vencí el miedo a hablar frente al público y el miedo a las alturas, también tenía que vencer este miedo y decidí aceptar la invitación de unos amigos para ir a una pequeña piscina ubicada dentro de un conocido colegio cerca al límite tripartito entre Barranco, Surco y Chorrillos y que era alquilada a cualquier transeúnte cada verano.

Si alguien quiere ilustrar un trabajo que verse sobre la sobrepoblación tiene, a mi modesto entender, dos opciones: o coloca una foto de la desaparecida Kowloon o coloca una foto de esa piscina al mediodía de un sábado. Casi no había lugar para nadar porque corrías el riesgo de que tu cabeza, tus pies o cualquier parte de tu cuerpo chocara contra cualquier parte del cuerpo de una o varias personas. Por supuesto, ahí iba toda la fauna que abunda, ya no digamos en cualquier piscina, sino en cualquier playa: el grupo de chicas sexys, los pirañitas wachiturros por los cuales convenía tener siempre cerca tus cosas, la familia feliz, los que querían impresionar con su forma de nadar, los que estaban aprendiendo a bucear, los meones, los gileadores, y hasta el gay en tanga que dedica miradas lascivas a algún varón de cuerpo formado, en este caso a mi amigo. Era Agua Dulce, pero en chiquito y pagando 2 soles la entrada.

Hoy recuerdo aquellos momentos con indisimulada nostalgia. Definitivamente se es más temerario en la adolescencia. ¿Qué habrá sido de esa pichina? Sospecho que sigue mucho peor, así que no, aunque la curiosidad me inunde no volveré por ahí.

miércoles, 24 de diciembre de 2014

Traumando a las nuevas generaciones.

¿A cuántos no nos ha pasado que, en determinada etapa de nuestras vidas vemos truncadas nuestras perspectivas de futuro? Y no por nuestra incapacidad, sino por la falta de apoyo de nuestros padres. Y no porque estos no puedan, sino porque no quieren, porque desean que nuestro futuro sea decisión suya, como si fuésemos una compra que les debe ser entregada "al gusto del cliente". Por supuesto, los clientes son ellos.

Generalmente esto forma parte de una larga y repetitiva cadena transmitida a ellos por sus respectivos padres. Y a estos por sus abuelos. Y que forma parte de una antigua tradición que encuentra su máximo exponente en aquellas no tan lejanas épocas en las que los padres decidían, incluso, la pareja que iba a tener el hijo o hija. Y no les parecía mal, total sus padres les habían hecho lo mismo. Y de hecho, esto aún pasa en grupos como los mennonitas y buena parte de los hinduistas y musulmanes (al menos con respecto a las mujeres).

Cuando uno trata de cuestionar (desde el papel de hijo) esta cadena enfermiza, se suele encontrar con la oposición jerárquica de sus progenitores. Y digo jerárquica porque muchos de ellos saben perfectamente que están equivocados pero lo siguen haciendo porque piensan que "ceder" ante el razonamiento de los jóvenes sería mostrar debilidad, perder poder y propiciar el desbande. Así que optan por mantener su control a punta de gritos, insultos, falacias de autoridad y demás. Cuando se les intenta hablar de los roles democráticos que deberían primar en las familias, se ríen o se excusan y solo prestan atención cuando su hijo o hija cae en problemas de depresión, anorexia, bulimia, intentos de suicidio o drogas, pero por lo general, después de un rato de llanto y de promesas de mejorar el trato siguen haciendo lo mismo "porque así fueron criados ellos" y de vuelta la burra al trigo.

¿Y después se quejan de que "por qué estas nuevas generaciones están más cagadas que las suyas"?

¿En verdad están más cagadas? ¿No fue su generación la que empezó a alucinar con las primeras drogas químicas como el LSD? ¿No tienen ellos bien guardadas (por el roche) sus fotos de cuando se iban de parranda vestidos como hippies? Pero bueno, la vaca olvida convenientemente cuando fue ternera y se iba en busca de otros pastos.

En fin, me centraré en lo que me hizo escribir este post. Hace unos días se llevó a cabo la celebración de Navidad en el que fue mi centro de prácticas preprofesionales del presente año, un conocido hospital, y para variar, se propició lo que siempre se hace en estos eventos: que los niños jueguen, que los niños bailen, que los niños concursen, etc, porque se asume equivocadamente que a todos los niños les gusta hacer eso, o al menos los padres lo asumen simplista e ignorantemente. Al final, estos eventos se vuelven más una competencia entre padres que entre hijos: todos quieren que su hijo o hija sea quien más llame la atención para decir "ese es mi hijo" y ufanarse de "la buena crianza que le están dando". En otras palabras: los padres utilizan a sus hijos como una forma de levantar su alicaída autoestima y sentir que han logrado algo en su triste vida, sin importarles si los pequeños se sienten bien o no. Al final, lo que los niños quieren es, simplemente, divertirse, no necesariamente competir, y aún cuando compiten, no lo hacen con la malicia destructiva de los adultos.

Pude ver a varios niños que realizaban los dichosos juegos obligados por sus padres, estos los jaloneaban y gritaban para que armaran la torre de cubos más rápido que "su contrincante" y lo venzan o para que vayan a tal o cual juego y "demuestren lo buenos que son". Y si en algún juego no se admitía la presencia de ciertos niños por ser muy pequeños o no se les daba el mismo regalo que a otros niños mayores por no ser adecuados para su edad, quienes reclamaban como si les hubieran quitado el marido, como todas unas energúmenas, eran las madres. Un patético espectáculo que demostraba quiénes son las que necesitarían ir a terapia en lugar de los niños.


Este post surge como forma de catarsis e indignación pero también como una forma de remarcar las diferencias que deben ser respetadas en una sociedad que se ufana de defenderlas y hasta promoverlas, al menos entre los adultos y hasta cayendo en el ridículo. Es irónico que aquí a todo le quieren poner etiqueta: que si se viste así es metrosexual, que si se viste asá es lumbersexual. Que si le gusta el sexo mirando las mariposas del cielo aleteando entre la hierba, acaba de nacer la nueva comunidad de los maripocielohierbasexuales con todo y ONG. Pero no son capaces de darse cuenta de que las diferencias también existen entre los niños y que encasillarlos en "eres niño, te debe gustar esto porque si no, eres raro" o "tienes que ganar en tal juego porque si no serás un mediocre" es joderle la mente al chico no solo intentando imponerle categorías adultocéntricas que para él nada significan, sino también cortándole las alas y volviéndolo un títere que siempre tendrá que mirar al resto para saber qué hacer, y que una vez que sus padres se conviertan en polvo, se volverá esclavo de otros que tendrán que pensar por él. Un ser sin iniciativa, manipulable y muerto en vida.


Lo siento, estas cosas realmente me indignan.

Feliz Navidad.


Si Jesús hubiera tenido unos padres terrenales castrantes ¿se dan cuenta de lo que hubiera perdido la Humanidad? Felizmente, la Providencia, como siempre, supo escoger y le proveyó de lo mejor, con exquisito cuidado.

domingo, 23 de noviembre de 2014

La taza de Navidad.

Cuando era niño (y aún hoy) esperaba con muchas ansias la Navidad. En ese entonces no tenía mucha conciencia de su real significado y me emocionaba, más que nada, ver a mi familia reunida y aparentemente feliz. Creo que fuí de la última generación de niños que creyó (al menos hasta antes de entrar al colegio) en la existencia de esa obesa fusión entre San Nicolás y la Coca Cola llamado Papa Noel. Hasta que una de tantas navidades pillé a mi papá dejando los regalos en la habitación mientras mi mamá intentaba distraerme. No representó ningún choque porque me pareció más emocionante ver a mi papá, persona de pocos detalles, dejándome regalos. Por eso, el día que tenga hijos, les diré claramente que los regalos navideños se los damos sus padres, sus tíos o sus abuelos y no personajes imaginarios auspiciados por transnacionales.

Con motivo de la Navidad, mis padres y tíos me regalaron muchas cosas interesantes y que aún hoy me gustaría tener: Juegos de Lego, robots de juguete, carritos, un helicóptero a control remoto, dos trenes a pilas que armaba en el suelo de la sala, libros, ropa, una cámara de fotos, etc. Pero curiosamente, el único regalo que continué utilizando hasta casi los 20 años de edad fue el más humilde de todos: una taza navideña.

Era roja con verde y tenía una figura de Papa Noel sobre su trineo. La utilizaba para el desayuno, los refrescos o el café de la cena. Siempre estaba presente, a un lado del lavatorio de la cocina, lista para otro uso.

Hasta que un día cayó al piso, rompiéndose. Si por mí fuera la hubiera pegado y guardado como recuerdo, pero mi mamá, bastante más práctica, la botó cuando yo no estaba, si bien debo ser sincero y decir que en ese momento no me afectó mucho.

Fue hoy, más de siete años después, cuando, tras realizar compras en un centro comercial encontré el anuncio de unas tazas navideñas al humilde precio de S/. 2.50. Vino el recuerdo y compré una. No se parece a la que tenía pero es un pequeño regalo simbólico que quiero hacerme a mí mismo. También había un tren de juguete con grandes rieles a precio módico que me provoca comprar.

Dicen que siempre es bueno engreírse a uno mismo. Solemos invitar a nuestros padres, amigos o novias a comer algo o ir al cine pero muchas veces somos nosotros nuestros grandes olvidados. ¿Nos ocupamos de regalarnos un minuto de tiempo frente al mar, un café en algún bonito rincón de la ciudad o ese objeto que tanto nos gustaría tener, cuando tenemos finalmente la oportunidad de adquirirlo?

Para mí, la taza de Navidad representó mucho más que un simple contenedor de bebidas. Representó un regalo acogido con el agradecimiento y la mente nada ambiciosa y sincera de un niño. Representó el amor y el cuidado de unos padres que no solo me aman, sino que en algún momento también se amaban entre sí y que se preocupaban por darme alegrías aún con los más pequeños detalles.

El hecho de regalarme una en estos momentos, cuando las cosas no me van muy bien y estaré unos días solo en casa, representa el compromiso de amor propio de tener siempre momentos de silencio personales para escuchar lo que mi voz interior tenga que decir. De sentirme afortunado por mis logros y por todo aquello que la vida me tenga que dar. Y de siempre, siempre escuchar a mi corazón y regalarle alegrías y bienestar por sobre toda la interferencia y ruido exterior que me pueda rodear e intentar aturdir.

jueves, 14 de agosto de 2014

Exposición "La huella del sonido" en el Centro Cultural de la PUCP.

El día de ayer estuve en el Centro Cultural de la Pontificia Universidad Católica del Perú para asistir a la exposición "La huella del sonido", la cual nos invita a recorrer los distintos soportes que ha tenido la música grabada en décadas precedentes y también en la actualidad. Para alguien que babea de la emoción cuando ve un cassette o un vinilo esa muestra resultó auditivamente sabrosa y culturalmente nutritiva.







Partimos de la victrola/vitrola/gramófono. Esa que se activaba a manivela y de la que todos hemos visto una foto antigua en la que aparece un perrito atento al sonido de la enorme bocina, foto que, por cierto, decora una de las paredes de la exposición. La de la foto es una victrola Sanbarsan, lanzada al mercado en 1918.



Uno de los objetos manipulables de la exposición es esta hermosa rockola con discos de 45 rpm. La podías activar con monedas de S/. 1 lo que te permitía elegir dos canciones con sus botones. Yo elegí "Viento dile a la lluvia" y "¿Dónde está esa promesa?" del grupo español sesentero Los Gatos, aunque también estaba por ahí "Ciudad solitaria" de Luis Aguilé, canción cuyo sonido me daba miedo de niño.





Radio Bush EU3A, fabricada en Londres en 1950. Tenía Onda Corta y AM.


Radio Philips Sagita 431 de finales de los 50s con AM y FM. Mi abuela tenía una muy similar, sino acaso la misma y aún debe seguir guardada en algún lugar de la casa familiar.


Gramófono Victrola T90, fabricado para el mercado asiático.




Un par de imágenes realizadas con cinta de cassette.


Tocadiscos.


La evolución.


Tablet con alguna música al lado de una grabadora ochentera. También tengo una de esas en casa pero ya no graba muy bien. La de la foto es del modelo BR-800 de la marca Bigston.






Grabadora de carrete abierto Open Reel Pioneer RT71 DE 1973.


La foto del perro y la vitrola.


Portadas de álbumes.


Los Iracundos que no eran nada iracundos en sus canciones, al contrario, la mayoría eran sufridas. Ok, no.


"El último tango en Piñonate" para toda mi gente sabrosa de SMP.




"¡Que se paren las bolas..!" y "Romance en La Parada".


Mar de Copas en cassette.


Vinilo de The Platters que escuché en una cabina que emulaba las antiguas discotiendas. Fue la primera vez que escuché "Only you" directamente de un LP y no de cassette.



La revolución en LP.


Formatos actuales: MP3.


Tras el Concilio Vaticano II, la Iglesia Católica empezó a hacer la misa en los idiomas locales, en este caso, en una lengua del Congo.


El de abajo es un adaptador de discmans, MP3 u otros para automóviles o equipos que solo tienen cassettera.


Tocadiscos vertical.




Haciendo sonar un theremin, el primer instrumento de música electrónica de la Historia.


Reproductores de CDs y discman.


El que sepa donde puedo comprar actualmente uno de estos, que me pase la voz.










La clásica radio ochentera que muchos aún conservamos en algún rincón de nuestras casas.


Máquina de cartuchos.


Radiola. Con una de esas se armaban los tonos en mi casa hasta mis primeros años de vida, incluido el de mi bautizo, según consta en cierto video Betamax.


Laser Disc, un formato que no tuvo mucho éxito a inicios de los 90s.






Lo bueno: Prácticamente TODO, pero me gustó especialmente "la discotienda". Me hizo recordar lo que era DiscoCentro, hasta inicios (o creo que mediados) de los 90s. Cuando salíamos los fines de semana, mi padre me llevaba y probaba no sé si discos o cassettes de sus artistas favoritos (Los Iracundos y similares) en las cabinas, lo que en ese tiempo me parecía un aburrimiento increíble pero ahora recuerdo (muy vagamente porque no tendría más de 5 años de edad) con nostalgia. Fue la primera vez que mi amiga acompañante (que tiene 18 años) pudo escuchar un disco de vinilo y sintió la diferencia con un cassette o un CD. Asimismo, hacía muchos años que no grababa mi voz en un cassette, una experiencia que extraño y me devuelve hasta la mitad de mi adolescencia.

Lo único malo: Hay un caballero que incansablemente va de un lado a otro chequeando lo que hace la gente. Se le ve ansioso. No es ninguno de los curadores pero parece que es dueño o repara alguno de los tocadiscos. Lo cierto es que cuando vas a probar alguno de dichos objetos te mira un poco más y con rayos X. Se queja de haber tenido que cambiar "25 agujas" de los tocadiscos que están en las cabinas porque la gente no sabe que, en su opinión, la manija no se debe levantar sino solo llevar suavemente porque está milimétricamente calibrada y... ¡por favor! si vas a poner objetos para ser manipulados sabes que te estás arriesgando, si vas a tener miedo mejor pónlos tras una vitrina y no en una muestra interactiva. Además, en mi casa hubo tocadiscos funcionando hasta no hace muchos años y siempre hemos hecho las cosas así y no se ha tenido que cambiar la aguja en harto tiempo.

Ok, ya hice mi catarsis. ¡Les recomiendo la exposición! Está de 10am a 10pm hasta el 24 de agosto. ¡No se la vayan a perder! :D