Eterno verano.

domingo, 26 de mayo de 2013

De cómo hice un vomitivo intentando aprovechar los beneficios de la granada.

En algún lugar leí sobre los innumerables beneficios de la granada, como gran fuente de antioxidantes, por ejemplo. Muy aparte de eso, me gusta su sabor y ensuciarme completamente cuando como una, al extremo de parecer ensangrentado y provenir de alguna película gore. Así que un día (inspirado en el decir de mi tío de que la mayor parte de beneficios de las frutas está en las cáscaras que solemos desechar) me llegó altamente si destruía la licuadora y metí una gran granada en su interior.

La granada. Nótese su aparente inocencia.
Después del primer estruendo, me dí cuenta que debería meterla por partes (eso sonó tan erótico) y eso hice. La licuadora, hecha toda una loquilla, seguía reclamando con cada sonido, pero, finalmente y con harta agua, salió jarra y media de rojizo líquido, más una gran capa de restos de cáscara, esa-cosa-blanca-que-rodea-las-pepas y pepas que parecían una mermelada, los cuales separé con un colador.

La granada, la jarra de la licuadora y el jugo resultante. Aún parecen inocentes.

Hasta se ve rico. Me acordé del programa de Televentas con Marco Antonio donde había una licuadora que aprovechaba esos restos y decían que servían para mermelada.

La jarra resultante. Hasta parece chicha o jugo de frambuesa o alguna de esas fresadas.
Y llegó el momento de probarlo. Eché bastante azúcar a la jarra, me serví el líquido en un vaso y con gran ceremonia procedí a beberlo de un tirón. Error, terrible error.

Debo decir que es la cosa más horrible que he tomado en mi vida. Me dió náuseas y arcadas y casi se convierte en mi primer vómito desde que era púber (ni cuando me he embriagado he vomitado ¿y voy a vomitar por una fruta? ¡tá weón!). Me quedó un sabor amargo durante horas, que no podía sacar con nada de mi garganta y paladar. Ni lavándome los dientes, ni enjuagándome con Listerine, ni comiendo pan con queso. Así, nada. O como diría una chibola pituca, descubrí que "¡o sea, no hay formaaa!". Y para colmo, de rato en rato el amargor se juntaba con un sabor dulzón, que probablemente también era producto de la granada o del azúcar. Y me vinieron hasta escalofríos por la basura esa.


Pa' la basura.
No pude terminar el primer vaso. Eché todo al lavatorio. Pero después me puse a pensar:

¿Había descubierto el vomitivo más poderoso de origen natural? ¿Podría emplearlo contra mis enemigos, digamos, mezclándolo con su chicha? ¿Sería que al fin podría tener un elemento de venganza?

Ok, no.

El recuerdo asociado:

Recordé que cuando era niño ya me gustaba experimentar con cosas que encontraba en mi casa. En una ocasión, una cucaracha de las pequeñas cayó en el inodoro, y como mis parientes habían salido y cuando la casa está sola me vuelvo todo un loquillo, probé con echarle distintos elementos. Le eché insecticida, detergente, shampoo, alcohol y varias cosas más. La cuestión es que al final todo empezó a burbujear fuertemente y no sé qué hubiera pasado si es que no hacía pasar el agua. Los rumores dicen que a la mañana siguiente los de Sedapal encontraron 3738383939 ratas muertas durante sus labores en las alcantarillas, con marcas de quemadura xD

Quizá inventé un gran insecticida y no lo supe. Creo que ver Discovery Channel desde niño no siempre es buena idea.

viernes, 24 de mayo de 2013

El chico del peluche y eso que llaman "ser detallistas".

Me encontraba estudiando en lo más alto de la universidad, acompañado de unas amiguis lindis, cuando de pronto el respetable público presente se deslizó hacia las ventanas, balcones y escaleras desde las cuáles se puede divisar el fértil parque del frente. Mientras las chicas sacaban sus celulares para tomar fotos, decían frases del tipo "ay, pero qué lindo" y los chicos movían la cabeza negativamente y decían cosas como "qué pisado".

Me acerqué, asomé mi cabeza por sobre dos amigas (las ventajas de ser alto) y observé la siguiente escena.


Claro, la reacción puede parecer exagerada, pero en una universidad donde la vida suele transcurrir tranquila, muy tranquilamente (todo lo contrario a mi otra universidad, la nacional) y donde el mayor escándalo es cuando se acaba el plato principal de la carta de la cafetería en el almuerzo, es entendible que este hecho haya parecido curioso, interesante, fotografiable. El chico estuvo en esa posición, inmutable, durante algo de quince minutos, hasta que la susodicha apareció por la puerta de la universidad, se dirigió hacia el caballero, lo besó, recibió el peluche y le indicó que se fueran en cierta dirección. Mientras tanto, la concurrencia aplaudía. Principalmente, las mujeres.

Una vez pasado eso, empezó la fase de averiguar el porqué. Y surgieron las teorías:

- El chico era el último romántico y estaba allí para demostrar que aún quedaban hombres detallistas en este mundo cruel.

- El chico había cometido algún acto reñido con la moral cristiana que ocasionó que la chica no pudiera usar sombrero de ahí en adelante, y estaba intentando resarcir su error.

- El chico se estaba declarando, y si la chica se lo llevó para un lado era para no hacerle pasar el roche del rechazo delante de conocidos y desconocidos. Dos cuadras más allá, el osito terminaría a un lado del camino (es que por ahí no hay basureros).

- La chica era su enamorada y se emocionó tanto que mandaron al cuerno sus clases y se fueron en una dirección sabiamente pensada, porque más allá hay restaurantes, karaokes, hospedajes y esas cosas.

Lo cierto es que esto sirvió para comprobar los distintos puntos de vista.

- Las chicas, quejándose de que no se topaban con chicos así, y las que tienen enamorado, diciendo que sus enamorados no son detallistas.

- Los chicos diciendo que nica harían eso, porque es una vergüenza hacer esas cosas delante de la universidad entera.

Y surgieron en mí varios pensamientos.

- Las chicas deberían haberse dado cuenta de que no es que los hombres no seamos detallistas, sino que solemos ser más concretos, directo al grano y a veces se nos pasa la mano en eso.

- Las mismas chicas que dicen que les gustan los hombres machos, fuertes, rudos, un poco más y sin sentimiento, eran las mismas que ahora decían que quieren un hombre que las espere con un ramo de rosas a la salida. O sea ¿qué pedo?

- Me preguntaron si es que yo haría eso. Respondí que de momento no, pero si estuviera enamorado y supiera que no voy a ser rechazado (porque si hago el ridículo al menos tiene que ser por algo asegurado) quizá lo haría, tomándome una botella de agua de azahar antes de pararme ahí.

- Me preguntaron si es que alguna vez hice algo así. Respondí que sí. Que siempre llevaba detalles a mis enamoradas, pero que lo más público que he hecho ha sido mandar saludos por la radio. No creo que sea imprescindible volverse exhibicionista para que tu enamorada se convenza de tus sentimientos.

Y pregunté: Si las mujeres dicen que quieren igualdad en todo, ¿por qué no pueden ellas también tomar estas iniciativas? Claro, no con rosas, pero podrían regalarnos un Ipod o algo así :D

Y armóse todo un debate. Pero ya no tengo tiempo de escribirlo. Me espera un pan con mermelada y varios trabajos por hacer. A veces siento que no hay tiempo ni para las relaciones afectivas propias, como para estar pensando en las de otros.

Saludos :D

domingo, 12 de mayo de 2013

Mecanismos 2.

Caminaba sin rumbo (mentira, iba al baño) por la casa de mi tío, escuchando el relajante sonido del agua fluir (más información aquí) cuando en eso, dirigióse mi mirada hacia un extremo del pasadizo y topéme por primera vez en mi vida con este curioso artilugio:



Una mueca de sorpresa dibujóse en mi rostro, y aún más sorprendido quedé al no poder descubrir su significado, nombre o función. Toqué las ruedas de madera y ¡giraban! lo que complicó aún más el enigma. Esto era aún más enigmático que porqué hay botellas de licor en ese pasadizo si se supone que mi tío es abstemio.

Primero, emprendí la fase de observación: se trataba de una caja de madera de aproximadamente un metro de largo que en su parte superior presentaba un eje con dos "ruedas" giratorias. Aún quedaba una bisagra en su parte exterior, por lo cual debió haber tenido una puerta, ya desaparecida. Y en la parte inferior presentaba una saliente de madera, posible punto de apoyo de otra madera a modo de separación de espacios.

Después, imaginé muchas cosas. Quizá las ruedas de madera estuvieron cubiertas de algún material tipo lija y servían de afilacuchillos. O quizá simplemente eran una excentricidad y el eje servía para colgar pequeños cucharones y esas cosas.

Pensé en las viejas máquinas de coser que se activaban a pedal, pensé en tornos, en moledoras de granos o de café. Pensé en muchas cosas, pero definitivamente, ninguna de esas era la realidad.

En ese momento aparece mi tío y me pregunta qué hago. Lo interrogo, y me dice:

- Eso era un frutero.

- ¿Cómo?

- Sí, era un frutero. En las ruedas pones frutas distintas y las vas girando para agarrar la fruta que quieras.

- Pero ¿de qué forma?

- Es que lo estás viendo volteado. Eso va parado. Y al costado tenía una maderita que separaba dos espacios donde se ponían otras cosas más.

Así que un frutero. Me sentí tan estúpido.

Y me fui a tomar desayuno.

P.D: Eso le pasa a muchos arqueólogos cuando tratan de inferir un objeto completo a partir de un resto pequeño. Muchas veces se dejan ganar por la imaginación. Aunque peor están los paleontólogos que se imaginan un Velociraptor a partir de una garra o un paquicefalosaurio a partir de un trocito de cráneo. Esos si son todos unos loquillos.