Ayer por la noche entré en mi momento de meditación semidepre. Decidí escarbar en mi pasado. Los diarios solo me ayudan a llegar hasta los 16 años, así que lo anterior a ello permanece solo en mi memoria. Y a los 16 años ya era muy parecido a como soy ahora, al menos en mi manera de relacionarme a los demás, con mis virtudes y defectos.
Decidí sumergirme en mis recuerdos de primaria. Dejé en libertad una nube de ideas para ver, en medio de ese remolino, qué cosas me venían primero a la cabeza. Y es así como recordé algunos instantes anecdóticos de mi pasado, no todos malos, de hecho, muchos de ellos buenos o graciosos.
Recordé cuando dí mi examen de ingreso al colegio donde estudié los once años siguientes. Dice mi mamá que cuando me llevó al colegio religioso en el que me quería matricular, yo dije que no quería. Sin querer hice una buena decisión: pocos años después nuestra economía se fue al carajo y no hubiera podido pagarlo. Elegí el pequeño colegio particular de más allá y dí el examen en el tercer piso. En esos momentos ya tenía miedo a las alturas y sentía que mi cuerpo se agarrotaba y no quería subir. Coloreé lo que había que colorear, bastante rápido. Pero había que entregar los papeles en algún lugar y no me animaba a hacerlo. Por lo tanto, mi timidez tiene raíces muy profundas en mi infancia.
Recordé mi primer día de clases del colegio. Mi madre me fue a dejar. El salón estaba a un lado del portón de entrada y aún recuerdo la impresión que me causó al abrirse. Se me hacía enorme, lo mismo que el patio de primaria. Algunos niños lloraban, incluso Adolfo, un chico con problemas psicológicos o quizá psiquiátricos, se orinó. Desde allí le hicieron bullying y terminaron sacándolo del colegio antes de culminar el primer año. Pero en contraste a los demás, yo permanecí callado en un rincón. La profesora, que conocía de antes a mi madre, siempre vió como algo positivo el que yo fuera tan calmado y de pocas palabras frente a los diablillos de alrededor, pero yo no era eso, simplemente tenía miedo, mucho miedo, porque no sabía cómo relacionarme con la gente. Recuerdo bien ese sentimiento porque lo siento hasta ahora, solo que lo he cubierto con grandes capas de sonrisas de falsa seguridad y un bien aprendido papel de "hombre seguro y popular".
Me agradaba mucho un cuadro, que nunca ví bien, pero que la profesora colgó desde los primeros días sobre la pizarra. La temática era religiosa, porque aunque el colegio no era parroquial, sus dueños eran muy católicos. La profesora nos hacía dictados y siempre sacaba buenas notas. Corregía a algunos porque escribían muy grande o no lo hacían de forma recta o, peor aún, tenían la costumbre de escribir solo en una cara de la hoja. Me daba terror la nota 05, me parecía algo malo malísimo. Ahora he vencido ese miedo a punta de conocerlo. Ok, no.
Recuerdo puntualmente dos aprendizajes de primer año. Uno lo recordé en estos días en que estoy llevando Estadística (curso de 2do año que quería seguir dejando varios ciclos más, hasta el final de la carrera, pero que decidí enfrentar) y ví los símbolos de mayor y menor. En primero de primaria, la profesora dibujó dos ballenas en la pizarra con la boca abierta en la forma de los signos. Una se iba a comer a la otra. La que tenía la boca en forma de signo mayor se iba a comer a la de menor. Así aprendí y aprendí para siempre.
Lo otro fue cuando quiso hacernos entender qué era un atajo. Dibujó un cerro con un carrito y dos caminos, uno principal, más largo, y otro diagonal, más directo. Nos dijo que si el carro iba por el segundo camino llegaría más rápido, y eso era un atajo. Y de verdad que en la vida me he acostumbrado a aburrirme rápido de los caminos largos y buscar siempre los atajos. Aprendí bien la lección, creo, pero la empleo mal y me trae problemas.
En segundo de primaria nos pasaron a un salón que tenía dos puertas. Una daba hacia el patio de primaria y la otra hacia un pasadizo por el que siempre me gustaba pasar. Marcaba el límite entre la parte antigua (que me gustaba mucho) y la nueva del colegio. No sé porqué, pero me gustaba la idea de que el salón tuviera dos puertas. Me hace recordar mi ahora, en que cuando planifico algo, me gusta tener siempre una vía alternativa de escape, porque soy muy desconfiado y pienso que las cosas podrían no ir del todo bien.
Cuando estaba en tercero de primaria se realizó una fiesta de reencuentro de la gente del nido donde estudié. Ahí fue mi primer beso. Tania, una chica un año mayor que yo, me siguió cuando entré al baño. Su amiga cerró la puerta. Me preguntó si sabía lo que era un beso. Le dije que no. Me besó y me dijo "Ahora lo sabes". Minutos después se escondía, llegaba la profesora que algo sospechaba y yo por primera vez hice uso de mis insospechadas dotes de actuación. Dije que ahí solo estaba yo y que había entrado porque me sentía mal. Me creyó, me creían todo. Una vez en la fiesta bailé "Celina" de Los Fantasmas del Caribe con quien varios años después sería mi primera enamorada. Fue la última vez que la ví siendo niño, pero siempre la recordé, la soñé y cuando me la reencontré, la vida me demostró que no todas las puertas aparentemente cerradas lo están en realidad. Es algo en lo que hasta ahora pienso cuando quiero consolarme. Ok, ahora.
Me iba al parque al frente del colegio con un amigo y comparábamos los stickers de los chicles Bomky y Disney. Jugábamos con los taps. Yo imaginaba mucho, bastante, la imaginación siempre fue mi refugio. Y sorprendía. Creé una historia en la cual las tapas de los buzones de agua del parque eran en realidad claraboyas que conducían a un palacio bajo tierra donde moraba un rey gato. De niño amaba a los gatos, ahora les hago bullying en la quinta de mi tío cuando hacen bulla. Ok, no.
Recordé que siempre salía entre los cuatro primeros puestos de mi salón. Pero en un bimestre bajé al noveno. No era malo, el salón era de más de 50 alumnos y hasta el puesto 10 aparecía en el cuadro de honor. Pero mi viejo me dijo de pé a pá. Creo que desde ahí le tuve algo de cólera. Ya de pequeño era poco tolerante a la crítica. Quizá esas primeras experiencias causaron que no sea tolerante a la frustración y que me moleste mucho cuando algo no sale como yo quiero.
También por esos años se me dió por tomar agua de vainilla. Agarraba la esencia de vainilla que se usa para darle sabor a las tortas y la echaba en un vaso con agua y azúcar. Me parecía de lo más normal y me extrañé cuando una vez en que me visitó gente del cole, les pareció raro. Definitivamente andaba un poco alejado del mundo o como dice la Biblia: "Estaba en el mundo, pero sin ser de él".
Un poco después se me dió por ver canales de lugares "lejanos". Visité la casa de un compañero y quedé fascinado con su televisión por cable. Pero yo solo tenía la UHF, así que me la pasaba moviendo la antena para sintonizar el canal 33 o el 45 de Villa El Salvador que llegaba a las justas. Y ese fue el origen de cómo hasta ahora, muchos años en el futuro, me la paso buscando radios y canales de televisión de lugares lejanos a cualquier lugar al que voy.
En cuarto de primaria se produjo EL acontecimiento de la primaria. Fue en una clase de Educación para el Trabajo. Como era un salón grande, una mitad iba a Computación a aprender WordPerfect y la otra se aburría haciendo tacitas con cerámica en frío bajo la conducción de un profesor que parecía el clon de Farid Odé. Y en eso se produjo el alboroto. Un grupo de chicos bajó corriendo del segundo piso (donde estaba el aula de Computación) y la gente de secundaria salió de sus salones. En ese tiempo la gente de secundaria me parecía grande y respetable; ahora a mi amiga de 17 la trato de "pequeña". Y se esparció el rumor. En algún momento, según los "testigos", "algo" había aparecido por la ventana de la parte antigua del colegio, que estaba clausurada. Las referencias al supuesto "fantasma del colegio" se multiplicaron y duraron hasta años siguientes, cuando alguien encontró en la biblioteca un libro de la década anterior, escrito por un ex estudiante, en el que contaba el relato de una aparición en ese mismo lugar durante una noche en la que paseaba tras una reunión de padres de familia. Creo que esa fue mi primera experiencia así, "paranormal". Las "expediciones" tratando de entrar a la parte antigua del colegio siguieron por muchos recreos. Ya en secundaria la gente seguía yendo a la parte antigua cuando faltaban a alguna clase o para fumar un cigarrillo caletamente o intercambiaban la porno del momento.
También en ese año, en mi casa había una señora que trabajaba como empleada doméstica y tenía una hija de mi edad. Se llamaba Patricia. Demostrando que había aprendido bien la lección de Tania, un día cerré la puerta de la cocina y la besé. Ella se quedó con la misma cara de sorprendida que yo cuando me besó Tania, un año atrás.
Quinto y sexto de primaria tuvieron pocos acontecimientos notables, salvo los profesores que eran todo un caso. Cómo olvidar al profesor que parecía literato frustrado y sacaba rimas de todo; a la profesora que para todo decía "¿Qué? ¿Ah?" y que se desesperaba porque muchos no podíamos con las divisiones, las fracciones y esas cosas (a veces sospecho que tengo algún grado de discalculia), y sobretodo; al profesor que te jalaba de las patillas y te decía cosas como "No me mortifiques", "Oye tontito, recapacita" o "Soy humano como tú", y que después falleció, curiosamente, de una enfermedad al hígado. Si quiero evitar lo mismo debo dejar de ser tan renegón (otro de mis defectos).
Y es así como siempre vuelvo al origen para encontrar las respuestas del presente y me distraigo con mis recuerdos ya idealizados por la distancia temporal. No vivo del pasado, pero qué bien me hace recordarlo cuando no encuentro respuestas para los porqués del ahora.