Eterno verano.

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domingo, 11 de agosto de 2013

Varicela a los 17.

Fue una mañana de un año de mediados de la década 0. El "Club Axé Bahía" era el programa más escuchado en la radio que dice que está de moda, aunque también los Black Eyed Peas sonaban como los artistas del momento. Tenía 17 años y mi primera relación sentimental conmocionaba, sí, conmocionaba (ok, nunca tanto) las pocas cuadras que separaban mi casa de la de mi enamorada. En ese tiempo estudiaba Derecho y pues, esa mañana (recuerdo que era sábado) fuí a la universidad a mis clases de Actividad II - Oratoria, cuando al regresar noté una extraña calentura en mi rostro. Al mirarme al espejo noté la existencia de dos granitos rojos en mi pómulo izquierdo. No les dí importancia, pero la calentura aumentaba y a las pocas horas los granos empezaban a poblar mis brazos, parte del pecho y algunos (más loquillos) en las piernas. Felizmente mi ingle no fue tocada, ya que desde esos años deseaba ser padre.

Mi vieja, algo paranoica, se preocupó totalmente y me llevó al médico que siempre atiende a la familia. Este se rió al verme (es un cachaciento de primera) y dijo que no era nada grave, pero sí poco habitual, ya que la varicela suele dar en la niñez, no a los 17 años. Recetó una crema, unas pastillas y dijo que no me reviente los granos o mi piel quedaría marcada, que en unas semanas se me iría el bicho, cuando mi poderoso sistema inmunológico venza en la batalla, y una vez logrado eso, sería inmune de por vida. Mi mamá se puso a leer al respecto en internet y de algún lugar sacó que no debía salir a la calle porque podía darme neumonía y que, además, se podían burlar por la rareza de que a alguien le dé esa enfermedad en la adolescencia tardía. Pero yo tenía a mi enamorada ¡a la mierda el mundo, pero no ella! Pero tampoco la quería contagiar, y eso de hecho podía pasar, porque nuestros encuentros eran siempre bastante cercanos.

La llamé de mi primitivo celular Samsung de pantalla verde azulado y me dijo que igual vaya a verla o que ella me buscaría. Le dije que no la quería contagiar e insistió. Y al final se hartó y con su clásico carácter fuerte me dijo:

- Carajo, vienes a mi casa hoy a las 4. Tu mamá sale en las tardes, dile que no eche candado a tu puerta y sales. Le dices que si no quieres candado es porque uno nunca sabe cuando habrá temblor. ¡Pero vienes!

Esperé la hora indicada y presuroso salí. Total, era un cosito y hacía lo que ella me diga (ok, no). Felizmente era invierno, así que usar capucha y chalina no se veía fuera de lugar; además, no me salieron muchos granos en la cara, sino más que nada en los brazos. Saludé a la gente que, para variar, se encontraba de vagancia en las afueras de la tienda que oficiaba como punto de reunión, y me fuí rapidín y saludé a mi querida y amada que se hallaba en su puerta. Quise hacerlo de lejos pero ella me jaló y me estampó un gran beso. La miré horrorizado mientras ella se reía, diciéndome:

- ¿Ves que no me prestas atención cuando te cuento mis cosas? Hace tiempo te conté que tuve varicela en la primaria y que la gente de mi cole me jodía, etc.

Era cierto. Era inmune. No había peligro.

Entramos a su casa y empezaron las cosas que son habituales entre quienes se quieren.

Creo que le causó morbo mi situación aparentemente vulnerable. Pero esa vez, lo que siempre hacíamos, lo hicimos aún mejor.

La situación se prolongó por varios días, hasta que la enfermedad fue vencida. No iba a mi universidad, así que tiempo había de sobra. A mis compañeros y profesores les dije que había tenido bronquitis. Dudaron. Eso no se cura del todo tan rápido. Además, uno de los granitos iniciales del rostro aún era visible.

Extrañamente, creo que esos pocos días de verse a escondidas y jugando con el supuesto riesgo, nos unieron más.

Años después se lo conté a mi vieja, y ella, que siempre tuvo anticuerpos hacia la susodicha, me dijo: "Esa chiquilla te expuso ¿ya ves? por eso te decía que no debías estar con ella. No le importó tu situación".

Después tendría enamoradas verdaderamente malas y mi vieja empezaría más bien a decirme si no sería buena idea que hubiese seguido en mi relación inicial o que la retomase.

Pero ni esa historia ni la varicela volvieron más. Soy inmune a las dos desde hace tiempo.

La idea de este post surgió como consecuencia de que una amiga veinteañera me contó que ha contraído la enfermedad. Si que te dé a los 17 es algo raro, que te dé pasados los 20 te vuelve una rara avis total. Así que mañana la veré y jugaré a que no me queema (¡el alcatraz! ok, no).

Y ¡oh curiosidad! Cuando me dió esa enfermedad también fue un agosto. Mucho más bonito que este, sin duda.

lunes, 15 de julio de 2013

Deseo de pertenencia.

La vida me ha rodeado de gente con gustos muy distintos a los míos. Gente que podía y requería de ponerse una etiqueta que mostrara al mundo cuáles eran los gustos o aficiones que ellos consideraban definitorios de su identidad. Por supuesto, esto fue mucho más marcado en la adolescencia, la etapa en la que la pregunta omnipresente es "¿quiénes somos?" y buscamos modelos que nos hagan sentir parte de algo, ya sea en la música, el grupo de pares, las series de televisión, etc. O en todo caso en las marcas o estilos de ropa, en los equipos de fútbol o en los lugares de diversión frecuentados.

Yo no fuí ajeno a estas cosas. Siempre tuve un muy marcado sentimiento de querer pertenecer a algo. Lo logré parcialmente al final de la secundaria, cuando tuve mi primer verdadero grupo de amigos, una suerte de "minipandilla" dentro del colegio, donde yo era el mayor y una especie de líder. Todos compartíamos una serie de rasgos: tímidos; objeto de bullying los unos, simplemente ignorados los otros; chanconcitos de sus respectivos salones y por esto mismo, digámoslo así (y discúlpeseme la falta de modestia y la palabreja que voy a escribir y que detesto) un tanto "cultos". A los 15 años, mientras los temas de la mayoría del salón fluctuaban entre "juguemos una pichanga", "yo soy metal, tú eres punk" y "vamos a la salida a gilear a las flacas del cole parroquial de aquí a unas cuadras", nosotros hablábamos de Historia, misterio, actualidad, política, escribíamos narraciones ficticias, hablábamos de religión (uno de los chicos siempre me decía que terminaría convirtiéndome a la ortodoxia, porque, es cierto, aunque a los 15 era católico carismático, me fascinaba el oriente cristiano e incluso tenía una cruz similar a las ortodoxas que colgaba siempre de mi cuello) e incluso íbamos a la biblioteca a leer una serie de libros antiguos y caletas que sabe Dios a cuánto los habrán rematado cuando decidieron cerrar el colegio. Éramos diferentes y decidimos agruparnos, y creo que eso nos salvo de caer en una crisis de identidad adolescente, haciendo que no nos sintiéramos bichos raros, y sabiendo que tarde o temprano al salir de esas aulas encontraríamos a más gente con la cual hacer amistad.

Terminó el colegio y perdí contacto con ellos, excepto con uno, que hasta ahora es mi amigo. En mi primera universidad no sabía cómo desenvolverme pues era muy tímido (en realidad lo sigo siendo) y sentía que la gente era muy extrovertida y que no me harían caso. Pero ocurrió. Inesperadamente la primera persona que me hizo el habla fue la que desde el primer día se hizo notar como la chica popular del salón. Con el tiempo nos hicimos buenos amigos y terminamos asistiendo a la misma iglesia. Porque sí, ella era creyente, pero igual que yo, a veces lo disimulaba muy bien.

Pasó el tiempo y formé un grupo de amigos de esa universidad, también con varias cosas en común. Con ellos recorrí por primera vez las lejanas Comas, Carabayllo y Puente Piedra, ya que vivían por allí. Era un acuerdo tácito que al salir de clases nos teníamos que reunir por horas a conversar y fuimos a las primeras noches de discoteca y alcohol juntos. Ese es el antecedente de P.I.T.C.H, el grupo de amigos que conservo hasta ahora.

Con los mencionados P.I.T.C.H (Personas Identificadas Totalmente con el Hueveo, nombre que nos puso Beto, uno de los integrantes, en una noche de tragos allá por 2005) sucedió algo muy peculiar. No tenemos muchos gustos en común. Uno de ellos es metalero y otaku, el otro es lo que se conoce como gamer y el otro es aficionado a la lucha libre. Y todos ellos saben que a mí me llegan altamente el metal, los mangas y el anime, la lucha libre y los videojuegos (al menos los de estos últimos años) y que me parece una estupidez dedicarle tiempo y dinero a esas cosas (y que la tolerancia es una virtud que no tengo, así como tampoco pelos en la lengua). Y asimismo unos no comparten los gustos de los otros y menos los míos, ya que mi afición por los temas de misterio les parece carente de interés y la música que escucho no les gusta y si bien en el pasado la criticaron, con tantas noches de disco a cuestas han aprendido a tolerarla.

Con cada uno de ellos comparto, sin embargo, algunos gustos. Por ejemplo con "Pollo" compartimos el gusto por las cosas antiguas y por el techno noventero, mientras que con Beto en cierto modo los temas espirituales. "Pollo" es mi mejor amigo y su ausencia, junto a la de Beto, por encontrarse ambos lejos en ese momento, fue una de las razones de mi depre de cumpleaños, ya que sentí que lo pasé rodeado de personas de poca importancia para mí y no de quienes considero mis hermanos. Ese sentimiento de hermandad está cimentado, más que en gustos, en experiencias. Hemos tenido viajes juntos, salidas con anécdotas como para escribir varios libros, y hemos estado los unos para los otros en momentos buenos y malos y nos seguimos apoyando a pesar de actualmente estar en entornos distintos, y eso hace que la amistad se fortalezca más que si compartiéramos, por ejemplo, el barrio o el equipo de fútbol.

Ya hablé de dos grupos de los que me sentí parte (del segundo aún me siento integrante) pero hubo otros con los que interactué por circunstancias X pero de los que nunca me sentí miembro. Por ejemplo, mi grupo parroquial de adolescencia. Me gustaba toda esa aura mística de dizque hablar en lenguas e ir a retiros y de incluso tener ciertas responsabilidades dentro del, en ese entonces, grupo más numeroso de la parroquia. Pero nunca me sentí parte. No hice grandes amistades ahí, aunque es cierto que ahí conocí a mi primera enamorada. Y justamente con ella me puse en contacto con otro grupo que tampoco sentí que llegara a integrar.

Ese grupo fue el de la gente del barrio. Nunca antes y mucho menos después de esos tres años de relación volví a sentir que tuviera un barrio (en el sentido de comunidad). El hecho de que viviéramos a solo cuatro cuadras y que ella sea muy extrovertida y tuviera muchos amigos, hizo que tomara una de las grandes decisiones de mi vida: echar al tacho la timidez, adaptarme y hacer amigos, tomándola como modelo, ya que sentía que si no lo hacía, ella terminaría aburriéndose de mí. Digo que esta decisión fue grande porque una vez terminada la relación me había acostumbrado tanto a estar con gente que, por primera vez en la vida, el no sentirme solo y ser aceptado se volvió para mí una necesidad, así que empecé a actuar como "sociable y extrovertido" (digo actuar porque en realidad es una máscara, una actuación o técnica para poder desenvolverme, a mí me cuesta muchísimo interactuar con gente nueva, en realidad) y esa es la imagen que muchos se llevan de mí hasta hoy. Cuando les digo que en realidad soy tímido, inseguro y que me cuesta trabajo, por ejemplo, dar talleres o exponer, no me creen. Incluso una conocida de años me dijo que soy "popular" en la universidad en que compartimos carrera y que tengo muchos amigos. Esto hizo que me cuestione sobre si realmente tengo amigos, un grupo y más aún, si la gente realmente me conoce, y no lo niego, me hizo sentir que estoy solo de la peor forma: sintiéndome solo en medio de mucha gente.

Quizá suene desfasado para alguien que ha pasado los 25, pero muchas veces sigo sintiendo ese impulso adolescente de sentirme parte de un grupo que comparta mis aficiones, como ocurrió con ese ya lejano grupo de la secundaria. Conozco algunas personas a las que les atraen los temas de misterio, por ejemplo (como "el profeta", que incluso me acompañó a dos vigilias ovni o alguna amiga con quien hablamos de temas místicos, almas gemelas, energías y demás y otras personas que son igual de "eclécticas" en lo musical o que les gusta leer de Historia sin los prejuicios de la ortodoxia científica (es decir, que sean unos heterodoxos y conspiranoicos totales), pero son personas por aquí y por allá, no un grupo, y de verdad me gustaría tener uno.

¿Lo tendré? No sé. Tampoco es algo que me quite el sueño, es solo un deseo. Dicen que siempre hay un roto para un descosido, pero ¿será que alguna vez muchos descosidos nos juntaremos? Quien sabe, pero me gustaría mucho que así fuera.