Fue una mañana de un año de mediados de la década 0. El "Club Axé Bahía" era el programa más escuchado en la radio que dice que está de moda, aunque también los Black Eyed Peas sonaban como los artistas del momento. Tenía 17 años y mi primera relación sentimental conmocionaba, sí, conmocionaba (ok, nunca tanto) las pocas cuadras que separaban mi casa de la de mi enamorada. En ese tiempo estudiaba Derecho y pues, esa mañana (recuerdo que era sábado) fuí a la universidad a mis clases de Actividad II - Oratoria, cuando al regresar noté una extraña calentura en mi rostro. Al mirarme al espejo noté la existencia de dos granitos rojos en mi pómulo izquierdo. No les dí importancia, pero la calentura aumentaba y a las pocas horas los granos empezaban a poblar mis brazos, parte del pecho y algunos (más loquillos) en las piernas. Felizmente mi ingle no fue tocada, ya que desde esos años deseaba ser padre.
Mi vieja, algo paranoica, se preocupó totalmente y me llevó al médico que siempre atiende a la familia. Este se rió al verme (es un cachaciento de primera) y dijo que no era nada grave, pero sí poco habitual, ya que la varicela suele dar en la niñez, no a los 17 años. Recetó una crema, unas pastillas y dijo que no me reviente los granos o mi piel quedaría marcada, que en unas semanas se me iría el bicho, cuando mi poderoso sistema inmunológico venza en la batalla, y una vez logrado eso, sería inmune de por vida. Mi mamá se puso a leer al respecto en internet y de algún lugar sacó que no debía salir a la calle porque podía darme neumonía y que, además, se podían burlar por la rareza de que a alguien le dé esa enfermedad en la adolescencia tardía. Pero yo tenía a mi enamorada ¡a la mierda el mundo, pero no ella! Pero tampoco la quería contagiar, y eso de hecho podía pasar, porque nuestros encuentros eran siempre bastante cercanos.
La llamé de mi primitivo celular Samsung de pantalla verde azulado y me dijo que igual vaya a verla o que ella me buscaría. Le dije que no la quería contagiar e insistió. Y al final se hartó y con su clásico carácter fuerte me dijo:
- Carajo, vienes a mi casa hoy a las 4. Tu mamá sale en las tardes, dile que no eche candado a tu puerta y sales. Le dices que si no quieres candado es porque uno nunca sabe cuando habrá temblor. ¡Pero vienes!
Esperé la hora indicada y presuroso salí. Total, era un cosito y hacía lo que ella me diga (ok, no). Felizmente era invierno, así que usar capucha y chalina no se veía fuera de lugar; además, no me salieron muchos granos en la cara, sino más que nada en los brazos. Saludé a la gente que, para variar, se encontraba de vagancia en las afueras de la tienda que oficiaba como punto de reunión, y me fuí rapidín y saludé a mi querida y amada que se hallaba en su puerta. Quise hacerlo de lejos pero ella me jaló y me estampó un gran beso. La miré horrorizado mientras ella se reía, diciéndome:
- ¿Ves que no me prestas atención cuando te cuento mis cosas? Hace tiempo te conté que tuve varicela en la primaria y que la gente de mi cole me jodía, etc.
Era cierto. Era inmune. No había peligro.
Entramos a su casa y empezaron las cosas que son habituales entre quienes se quieren.
Creo que le causó morbo mi situación aparentemente vulnerable. Pero esa vez, lo que siempre hacíamos, lo hicimos aún mejor.
La situación se prolongó por varios días, hasta que la enfermedad fue vencida. No iba a mi universidad, así que tiempo había de sobra. A mis compañeros y profesores les dije que había tenido bronquitis. Dudaron. Eso no se cura del todo tan rápido. Además, uno de los granitos iniciales del rostro aún era visible.
Extrañamente, creo que esos pocos días de verse a escondidas y jugando con el supuesto riesgo, nos unieron más.
Años después se lo conté a mi vieja, y ella, que siempre tuvo anticuerpos hacia la susodicha, me dijo: "Esa chiquilla te expuso ¿ya ves? por eso te decía que no debías estar con ella. No le importó tu situación".
Después tendría enamoradas verdaderamente malas y mi vieja empezaría más bien a decirme si no sería buena idea que hubiese seguido en mi relación inicial o que la retomase.
Pero ni esa historia ni la varicela volvieron más. Soy inmune a las dos desde hace tiempo.
La idea de este post surgió como consecuencia de que una amiga veinteañera me contó que ha contraído la enfermedad. Si que te dé a los 17 es algo raro, que te dé pasados los 20 te vuelve una rara avis total. Así que mañana la veré y jugaré a que no me queema (¡el alcatraz! ok, no).
Y ¡oh curiosidad! Cuando me dió esa enfermedad también fue un agosto. Mucho más bonito que este, sin duda.