Cuando pienso en Juan Pablo II, es inevitable relacionarlo con los primeros recuerdos de mi infancia. Mi abuela materna, que falleció poco después de mis 7 años, me hablaba de Jesús, de la Virgen y de sus santos admirados, pero también de Juan Pablo II, de quien tenía una imagen de cuando recién había accedido al trono papal. Era una imagen enorme que reposaba en un extremo de su habitación y que fue traída por mi tía desde Europa en uno de sus viajes, junto a una galonera de agua bendita del Santuario de la Virgen de Lourdes. Con el tiempo y tras el fallecimiento de mi abuela, la imagen fue guardada y aún sigue ahí, en algún lugar de la, ahora, no utilizada habitación.
Mi madre me cuenta que cuando Juan Pablo vino al Perú se armó todo un revuelo familiar, obviamente empezando por mi abuela: todos fueron a verlo y lo esperaron durante horas en medio de un mar de gente, incluidos unos parientes que ya albergaban dudas con respecto a su fe y que algún tiempo después se convirtieron al adventismo. Mi tía mencionaba el rostro dulce y sereno del Papa y la profunda paz que les inspiró el verlo y escucharlo. Posteriormente, en un viaje a Roma, volvió a verlo a lo lejos, y le volvió a transmitir la misma sensación de paz que cuando vino a Perú.
De más está decir que nunca lo ví en persona, pero que también sentía (y siento, ahora que la vuelvo a escuchar) algo especial cuando escuchaba su versión cantada del Pater Noster. No sé qué, pero algo en especial tenía ese gran ser humano, algo que le ganaba el amor y cariño de muchos, aunque también el odio de otros (y aquí pienso en Alí Agca, el musulmán que atentó contra su vida), pero aún a esos otros él supo perdonar, visitar, bendecir. Lo cierto es que, independientemente de los sentimientos que suscitara, nadie podía permanecer indiferente ante su presencia.
Su amor por los demás y su interés por la reconciliación con los no católicos quizá no fueron del todo entendidos. A mí, personalmente, no me gustó su gesto de besar el Corán, uno de los libros que ha causado y sigue causando, más muertes de cristianos alrededor del mundo, pero lo entiendo como parte del mandamiento de amar al prójimo como a uno mismo y de predicar con el amor y el ejemplo. Las semillas de amor se siembran y tarde o temprano germinarán.
Cuando Juan Pablo falleció en abril de 2005, la gente pedía que se le considere "Santo súbito" (que su santidad sea reconocida ahí mismo) y dudo que algún Papa anterior se haya ganado el cariño de la gente de igual forma como para que hicieran idéntico pedido. La figura papal fue por siglos vista como excesivamente alejada del pueblo, pero este Papa viajero fue al encuentro de sus ovejas dispersas por el mundo, caminando entre ellas. Y se sentía parte de ellas. Lo mismo se sentía mexicano en México que charapa en la selva peruana. Todas las partes de su rebaño eran importantes y dignas de una visita (visitó 129 países). Pienso que en su apertura tuvieron mucho que ver sus orígenes familiares humildes y el hecho de provenir de Polonia, un país profundamente católico pero con una dura historia de guerras, particiones y exterminio por parte de sus vecinos. En medio de este ambiente, poco espacio quedaba para la altanería que muchas veces ha caracterizado a la jerarquía católica, y Juan Pablo fue aprendiendo el interés por el otro, la solidaridad, la compasión, el perdón y la fe en Dios en cualquier circunstancia de la vida, por dura que esta fuera.
La ciudad de Lima hizo un homenaje a su visita en la forma de un extenso mural que aún existe (y ha sido reparado hace unos días) en la avenida Salaverry. En ella (junto a representaciones de la fe y la vida de todas las regiones del Perú) se hace mención a las palabras de Juan Pablo, quien depositó en los jóvenes peruanos (y del mundo) su confianza.
Su fiesta se celebrará los 22 de octubre de cada año. Fue canonizado por el papa Francisco, con la presencia de Benedicto XVI, papa emérito y amigo personal de Juan Pablo II. Junto a él, también fue canonizado Juan XXIII, otro gran pontífice del siglo XX conocido como "el papa bueno".
Juan Pablo II ha sido canonizado el Domingo de la Divina Misericordia, celebración que él instituyó. |
Inicio del mural en homenaje a la visita de Juan Pablo II en la avenida Salaverry. |