Después de muchos años he llegado a la conclusión de que las personas son como cierta iglesia, escondida en medio de la bulliciosa avenida Wilson. Por fuera parece un simple edificio naranja, pero cuando dejas atrás su pesada puerta de madera, te encuentras con uno de los lugares más pacíficos del Cercado de Lima. Un lugar cargado de paz, penumbra y soledad.
Me refiero con esto a que hay personas que son verdaderas joyas, pero al estar influenciados por la superficial y materialista cultura que ha infectado Occidente, no nos tomamos la molestia de conocerlos. Cuántos amigos y amigas de verdad nos habremos perdido por rechazar solo su cáscara exterior. Y cuántas veces nos habremos dejado engañar por el falso brillo exterior de lo que parecía oro y terminó siendo piedra de fantasía.
Dicen que en el mundo no hay nada perfecto y es por eso que, muchas veces, la belleza exterior no va del todo aparejada con la realidad interior. Tras varias experiencias propias y ajenas en este sentido, ya no creo en caras inocentes sino que emprendí la búsqueda de los escasos corazones puros. Los rostros de aparente inocencia pero que ocultan corazones podridos son como las buenas intenciones: de ellas está lleno el infierno (y la Tierra).
La única forma de conocer la verdadera esencia interior de las personas y no equivocarnos es esa: conociendo. Pero conociendo de verdad. ¿Cuántas veces creemos que conocemos sin saber nada en realidad? Todos tenemos una u otra máscara, todos buscamos protegernos y agradar a los demás. Es evidente que vamos a mostrar nuestros actos más amables o llamativos (como el pavo real meneando la cola) cuando queremos agradar a nuestro entorno, pero cuando la gente se va, nuestro bullicio interior es otro, nuestras preocupaciones vuelven, y nuestras verdaderas motivaciones salen a flote. Solo conociendo ese lado de los demás sabremos si estos pueden ser beneficiosos o dañinos para nosotros y si sus intenciones son buenas o malas.
Mi reflexión del fin de semana sería esta: Has un alto en tu ajetreada rutina y preocúpate por conocer cuánto de realidad y cuánto de fantasía hay en tu percepción de las personas que te rodean. Conócelas, sean buenas o malas, nunca tendrás pierde. Si son buenas, quédate junto a ellas y siéntete afortunado, porque los amigos son un verdadero tesoro; y si no lo son, aprende la lección para no equivocarte la siguiente vez, y aún si te equivocas, que no sea de la misma forma. Si piensas (como escuché en algún lugar) que no es necesario conocer de verdad a la gente de tu entorno porque eso "no es productivo" para tí, reconsidéralo: lo único que te llevarás tras la muerte no son tus sueldos del trabajo, sino las experiencias que hayas vivido con quienes te cruces en el camino de la vida. Trata de que estas experiencias sean agradables y edificantes para que llegues al final de tu vida terrenal con una sonrisa, rodeado de gente amada y con la certeza de no haber sido dañado ni haber hecho el mal a nadie.
me gusta la comparacion con la que inicia esta entrada, lograste una bonita semejanza!
ResponderBorrarY en el ultimo parrafo, una verdad cruda, dura y pura, al morir no nos llevamos nada! asi que aprovechemos el poco tiempo que estaremos vivos! Y si es para algo bueno! mucho mejor!
Gracias :) Sí, así es esta vida, hay que aprovecharla, porque después no tendremos otra igual, es así de "duro" (o de maravilloso, como todo lo que es único, depende de cómo se vea). Saludos.
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