Sé que esto no es Konya y que si giro es porque me gusta girar, obedeciendo a mis propias reglas. Otras veces la vida me gira, pero de eso ya no quiero hablar.
En ocasiones solo quiero estar en mi habitación, sumergido en mi Iconium personal al que alguna vez denominé "el aposento alto". Me escondó detrás de la ventana oscurecida y miro la cruz del cerro San Cristóbal y la caprichosa forma del cerro a su izquierda, que desde aquí parece una pirámide escalonada, de esas de Egipto que quedan opacadas por la gloria de Keops, Kefrén y Micerino. Mi mente vuela hasta los desiertos y me imagino en medio de una oración, enfundado en un traje negro con un paño de cruces sobre mi cabeza. Camino por un estrecho pasadizo, cojo un libro encuadernado en piel de oveja y recito una letanía en letras que parecen griego pero con algunos signos distintos.
Pero regreso a mi ahora. Debo girar.
Desde niño disfrutaba haciéndolo. Me ponía en mitad de la sala y giraba sin sentido. Pasaba varios minutos girando y maravillándome de cómo de esa forma podía comprobar que el mundo parecía estático, y sin embargo, se mueve. Cuando a los 12 años abrí esa revista en la que unos hombres giraban sobre su eje en medio de melodías universales me sentí extrañamente comprendido. Algunos giraban en medio de los parques, de la nada, como signo de la verdadera libertad que te proporciona la unión con Dios. Esa que también comprendo y que te hace ser auténticamente libre: solo hacer lo que te nace sin importarte las burlas de los "profanos".
Es maravilloso cuando giras y poco a poco el viento, la luz y la naturaleza se van uniendo a tu girar y sientes que te vas equilibrando con el ritmo de los giros de la Tierra primero, y después de los planetas y del Sistema Solar todo, hasta hacerte uno con el universo. Allí en la casi olvidada Iconium, aquí en el humilde cuarto de una quinta empobrecida de Monserrate.
En algunos momentos, y por breve tiempo, encuentras con quien girar. Y como todo lo bello, se da de forma espontánea. Empieza como un movimiento errático, temeroso, pero liberador in crescendo. Cuando menos se dan cuenta. ambos giran alrededor del mismo eje, un eje invisible en medio de la oscuridad. Ya no importa el ruido mundanal, ya no importan las miradas, ni siquieran importan las luces que de cuando en cuando centellean. No importan las palabras porque la única comunicación es la del alma hablando en el silencio. Ambos giran y giran y sus chakras van equilibrándose mientras la kundalini empieza a subir por sus columnas vertebrales. Y terminan armonizados. Desde entonces, o al menos en ese entonces, nada volverá a ser igual.
Qué maravilloso es cuando encuentras a alguien con quién girar. No importa si son segundos, minutos, horas o años. Ya sabes lo que es un giro y siempre lo buscarás. La gran aventura ha comenzado.
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