Muchos personajes de nuestra historia personal quedan injustamente olvidados por la memoria, pero eso no significa que su papel en nuestras vidas haya acabado del todo, por modesto que haya sido. Y creo que eso fue lo que pasó con Eusebio Maní.
Fue hace unos días cuando el tío Nelson me preguntó si es que recordaba a "el hombre del maní" o "Eusebio maní, porque manicero se presta a malas interpretaciones". Ante tal denominación, lo primero que vino a mi mente fue la carátula de "La venganza del maní asesino" de Chabelos, es decir, algo no muy inocente que digamos. Pero poco a poco fui recordando y volví en el tiempo gracias a los pensamientos (inserte aquí: "Vuela, vuela" de Magneto).
Debe haber sido a inicios de 2002 y en el terral que antes había frente a San Marcos cuando coincidíamos con Eusebio, quien era vendedor especializado en una amplia gama de manís, pecanas y otros alimentos saludables. Coincidíamos, mejor dicho, en algunas de las tardes en que nosotros íbamos a vender libros, por no decir que el tío Nelson los vendía y Pedro (el primo postizo) y yo nos dedicábamos a leer y hablar sobre la pluscuamperfección del universo y sus implicancias en la vida social de las zarigüeyas arborícolas, es decir, a huevear. Y fue en algún momento de aquellas tardes en que también coincidimos con Ramiro, el Testigo de Jehová que vendía jugo de piña; con Giovanni, el sanmarquino que iba a comprar libros de segunda de Filosofía; con Alejandro, el tío del ceviche que más de un problema gástrico nos causó, entre otras personas. Todos ellos se fueron diluyendo lentamente de la memoria una vez que esa etapa de vender libros fue dejada en algún estante de la casa del tío Nelson y de nuestros recuerdos.
Pero Eusebio no nos había olvidado. Y ello a pesar de que una vez que el terral desapareció y la municipalidad se encargó de dispersar a los que allí vendían, se tornaron inubicables todos aquellos personajes. Y fue un día, hace algunas semanas, mientras el tío Nelson pasaba por la avenida Alfonso Ugarte, cuando escuchó que lo llamaban de forma peculiar:
- ¡Eh, Nelson libro!
Y fue así como lo recordaba, como "Nelson el de los libros" o como "Nelson libro", para resumir. Y una de las primeras cosas que también recordó fue mi presencia. Mientras los chiquillos de por ahí correteaban y jugaban fulbito, yo me la pasaba leyendo libros y revistas y de vez en cuando hacía comentarios sobre los temas que leía, con Nelson, Pedro o Giovanni, especialmente cuando eran temas de historia. Pero me llamó la atención que Eusebio, incrédulo ante aquella actitud, se refirió a mí como "el chico que parecía que leía".
Me sentí subestimado, lo admito, pero después comprendí. Frente a una adolescencia que ya desde aquellos años y mucho antes prefería desbandarse, la presencia de un chibolo que se la pasara leyendo era cuando menos, llamativa y generadora de escepticismo.
Hace un par de noches decidí pasar por Alfonso Ugarte a eso de las 8. Me disponía a ir al lugar donde venden libros de segunda (y donde encuentras algunos ejemplares hasta del siglo XIX) y recordé todo esto. Mis pasos se encaminaron rápidamente hacia el lugar donde sabía que lo encontraría. Me causaba mucha curiosidad, ya saben que muchas veces soy presa de mis recuerdos y de una casi enfermiza afición por pasármela redescubriendo e idolatrando mi pasado.
Lo encontré, lo miré a los ojos para ver si era reconocido y le pregunté el precio de una de aquellas bolsitas de maní con pasas. "Dos soles", me dijo, no me había reconocido a pesar de que yo estaba con la misma camisa de hace diez años. Me disponía a retirarme cuando decidí dar media vuelta y le dije:
- Disculpe, ¿recuerda cuando usted vendía maní frente a San Marcos?
Me miró extrañado, respondiendo que eso fue hace muchos años y que quién era yo para saberlo. Entonces le respondí, sonriendo.
- Bueno, yo soy el muchacho que según usted "parecía que leía" junto a Nelson.
Y así nos quedamos conversando de la vida. Cuando menos me dí cuenta, había pasado más de media hora y la calle empezaba a hacerse más peligrosa de lo que ya es a cualquier hora. Me preguntó qué había sido de mi vida, si todo estaba mejor con mi familia (ese verano me quité de mi casa por varios días, en un arranque de hartazgo adolescente) y qué hacía. Le conté que había estado estudiando Derecho contra mi voluntad, que ahora estaba estudiando dos carreras, una, curiosamente en San Marcos, y otra en una universidad privada, y que ya no vendía libros sino que ahora los coleccionaba. Y que sí, sí leía, no solo lo aparentaba. Le dió gusto, quedé en volverlo a visitar esta vez con Pedro y Nelson y quizá conversar de los viejos tiempos en la casa de este último. Por su parte, a él aún le quedaban un par de horas de vender sus productos.
Me despedí y me alejé pensando en cómo para algunos la vida ha cambiado tanto en estos años mientras que para otros solo ha cambiado el lugar de desempeño, mas no las actividades. Y recordé que fue con la gente más sencilla con la que siempre me sentí más identificado, comprendido y en familia. Y que además, son los únicos que (quizá sin yo merecerlo) hasta ahora no me olvidan.
Escrito en mayo de 2012.