"Arquímedes", a medio terminar. |
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Esta ha sido una semana de reencuentros. Me volví a encontrar con dos buenos amigos, y también, con mi blog (hace algunas semanas que no me nacía escribir aquí).
Esta ha sido una semana de reencuentros. Me volví a encontrar con dos buenos amigos, y también, con mi blog (hace algunas semanas que no me nacía escribir aquí).
Uno de esos amigos se llama Pedro y forma parte de las personas que me ayudaron con poco, y a la vez con mucho, cuando era adolescente. Es de condición humilde, ya está cerca de los 40, y es el típico ejemplo del peruano luchador para quien la ausencia de estudios universitarios no constituye óbice para salir adelante y dedicarse a aquello que le gusta.
Y aquello que le gusta es la pintura, casi tanto como la investigación. Pero no la investigación académica, esa que te tratan de enseñar en tu curso de Metodología o Seminario de Tesis, sino la verdadera investigación, la que nace de la curiosidad innata por querer descubrir más sobre el mundo que te rodea pero, sobre todo, por conocer cada día más de tu universo interior.
Desempeñó muchos oficios. Vendió libros cerca a San Marcos, hizo maquetas en el Jirón Amazonas, fue encargado de seguridad en una discoteca, pero siempre llevaba en su morral un pequeño libro sobre yoga, un libro amarillo, antiguo y aparentemente simple que lo ayudaba a relajarse cuando la cosa se ponía poco favorable.
La sombra de los problemas económicos fue un fantasma casi constante para él en los últimos años y, sin embargo, desaparecía por las noches en una habitación de su casa, que constituía para él, su pequeño templo. Sacaba un viejo cajón de madera de debajo de una mesa circular que había conocido tiempos mejores y, tras una rápida revisión de pinceles y pinturas, se disponía a darle la oportunidad de existir a alguna obra que surgiera de su imaginación. Su imaginación y, sobre todo, su intuición, eran aquellos vientos que impulsaban la vela de su creatividad en aquellas largas noches de insomnio.
Logró hacerse amigo de un pintor de aquellos que ofrecían sus pinturas en el Parque Kennedy, pudiendo vender alguna de sus obras, si bien esto le resultaba un tanto difícil no solo porque el consumo de este tipo de arte es muy limitado en nuestro país (donde se tiene el errado concepto de que el artista debe casi regalar lo que produce y no vivir de ello) sino porque llegaba a encariñarse con lo que pintaba. Después de todo, esos trazos y esas pinturas le habían sacado más de una arruga prematura y, seguramente, también alguna cana; más o menos como los hijos a sus padres.
Hace unos días me llamó para decirme que le impresionó leer la vida de Arquímedes. ¿Cómo era posible que uno de los hombres más sabios de la Antigüedad terminara sus días asesinado por un rudo y brutal soldado romano? Pero es que eso es lo que ocurre hasta nuestros días: la cultura y la educación (que es distinta a la instrucción) muchas veces terminan sepultados por la mediocridad y la vulgaridad de quienes solo quieren darle rienda suelta a sus bajos y animales instintos.
Así es que decidió dedicarle una obra, la cual aún no está terminada. Falta mucho, como puede apreciarse en la imagen que acompaña estas líneas. Los ojos del soldado aún están blancos y esa será la parte más difícil de rellenar, porque la insensatez de aquel que acaba con un sabio es difícil de ser plasmada, incluso para un artista que ama lo que hace.
Pedro, quizá no hayas estudiado en Bellas Artes (ni en Alejandría), pero llevas la inspiración artística en tu corazón. Eres el Arquímedes de la pintura, estimado amigo.
El Arquímedes de la pintura, wtf.
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