Esta foto fue tomada en la segunda mitad de 2014, a la espalda del Hospital Víctor Larco Herrera (distrito de Magdalena), que desde hace varias décadas se encuentra totalmente integrado en la trama urbana de la ciudad de Lima. Sin embargo, al levantar la capa de cemento y asfalto, nos encontramos con que varios de los antiguos canales que transportaban agua hacia las haciendas y chacras desaparecidas del otrora fértil valle de Lima, aún continúan llevando el líquido elemento, ya sea para regar algunos parques o para perderse en el cercano océano.
Algo similar (de alguna forma) ha venido ocurriendo repetidamente en distintos espacios de nuestra ciudad: cuando se (re)construyen edificios, calles o avenidas: se anuncia el descubrimiento de restos arqueológicos prehispánicos o del período español, dándonos a entender que no sabemos realmente sobre qué podríamos estar parados, caminando, durmiendo, o desarrollando nuestras vidas: siglos o quizá milenios de Historia, con sus olvidados dramas, alegrías y logros. ¿Será que en algún momento, lo que para nosotros es motivo de regocijo, valor o disputa pasará también a convertirse en parte irreconocible del subsuelo? Las dinámicas del planeta y de las sociedades son cíclicas; y nada es estable ni perdura inmutable para siempre; lo que nos debería llamar a la siguiente reflexión: ¿vale la pena preocuparnos tanto por un futuro del que desconocemos absolutamente todo, ya que no tenemos plena certeza ni siquiera de lo que ocurrirá dentro de cinco minutos? Ciertamente, solo nos queda vivir el momento presente de forma sana y en bondad, porque lo único que nos llevaremos de este mundo a una supuesta e infinita existencia espiritual, son los recuerdos, las anécdotas que nos marcaron, y la huella de aquellos momentos que nos resultaron cargados de significado plenamente útil y valioso. Procuremos llenar nuestro baúl o mochila de los recuerdos, justamente, con este tipo de joyas que "ni el ladrón puede robar, ni las polillas pueden destruir". Reaprendamos la magia terapéutica del vivir cada instante y disfrutar de las pequeñas y sencillas cosas de la vida cotidiana, en medio de este mundo que nos sobreestimula hasta llevarnos a la angustia, y nos enferma al convencernos de que se nos generan supuestas "necesidades" que en el fondo solo son cadenas y grilletes disfrazados de cintas festivas y lujosas.
Volvamos a lo natural, incluso en medio de los ambientes patológicamente artificiales en los que nos ha tocado vivir. Sobrevivamos a la marea del final de esta civilización enferma, aferrándonos a lo simple, verdadero, bueno y bello que aún existe a nuestro alrededor, aunque cada vez más escondido como aquella "perla de gran valor" de la que nos hablan los milenarios textos sagrados; y sobre todo, volvamos a la luminosidad de nuestro genuino espíritu y de la chispa de la divinidad que habita en nuestro interior. Hagamos de ese fragmento divino, el timonel de nuestro navío que nos dirija hacia aguas genuinamente calmas y a un puerto seguro donde establecernos; aún cuando el mal tiempo nos quiera vencer con la ilusión de un mundo sin sentido o sin esperanza.
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