Eterno verano.

martes, 22 de octubre de 2013

El cuarto piso en Monserrate o el centro del Centro.

La primera vez que visité Monserrate fue de la forma más extraña posible. Me llevaron a la comisaría porque me encontraron con mi primo viviendo directo en directo la Marcha de los Cuatro Suyos. Bueno, mi primo logró escapar de los gases lacrimógenos y de que se lo llevaran. Tenía solo 13 años y me llevaron junto a otros menores de edad, la mayoría chibolos huídos de sus casas que habían tenido la mala suerte de estar en el lugar incorrecto en el momento incorrecto. Pero eran bacanes. Esa tarde-noche de conversación en el patio de la comisaría fue mucho más chévere que la sacada de mierda que casi me dan mis viejos cuando llegamos a casa. Pero, hablando de llegar a casa, los chiquillos que fueron llevados conmigo me felicitaban porque yo sí tenía casa. Fue tanto el feeling que hasta pusieron sus nombres en el gorro que traía, misma despedida de promoción. Uno de ellos me dijo que no los olvide y pues, aquí estoy escribiendo de ellos a trece años de esos momentos. Mi mamá lavó ese gorro para que no queden huellas, pero me llega, igual queda en mi mente y me importa muy poco si está de acuerdo o no, porque para mí, sí fueron buenos tiempos.

Las siguientes veces que volví a Monserrate fueron en las ocasiones en que la cola para dejar cartas en el pozo de los deseos de la Iglesia de Santa Rosa, se extendía por cuadras de cuadras. Una tarde al año y no todos los años. Esa zona fue siempre para mí una tierra de peligro. Una terra incógnita en medio del Cercado de Lima, mi distrito favorito. Y eso que mi tío vive a pocas cuadras, pero al otro lado de la avenida Tacna, donde todo es más tranqui y fresh.

Resulta que hace unos días mi señor padre me dijo que pensaba mudarse brevemente a una pequeña propiedad (un departamento) que tiene en esa zona. En realidad la tiene alquilada en su mayor parte y lo que está libre son dos cuartos grandes. En uno quiere vivir él (ya que anda peleado con su conviviente) y en el otro, sí querido lector, usted ha adivinado, quiere que viva yo.

Podría tranquilamente decirle que se vaya a vivir solo en su paraíso del centro del Centro, pero no me quedó más remedio que aceptar, ya que si no lo hago se me acaba el apoyo en la recta final de mi carrera universitaria. Podría trabajar, claro, pero el otro año son las prácticas y eso de estudiar dos carreras no te deja tiempo ni para bloggear. Afortunadamente mi enamorada estudia conmigo porque sino ni tiempo tendría de verla.

Así que en estos días ya estoy llevando, de a pocos, mis cosas a aquel cuarto piso desde el que se ven lugares tan emblemáticos como el Cerro San Cristóbal, las cruces de la iglesia de Santa Rosa o el edificio de la ex Radio Reloj. Pero ya desde la primera vez que fuí se notaron los peligros: un par de fumones en la esquina y un intento de robo a un transeúnte que pasaba por la cuadra de al lado. Ya veo que cuando tenga que permanecer hasta tarde en la calle tendré que quedarme donde mi tío o en Barranco. En sí, mi idea es regresar a Barranco pasado el verano.

Mi viejo pone cara de extrañado porque dice que yo siempre he querido vivir en el Cercado de Lima. Y es cierto. Pero mi idea no era vivir en esa parte. Y el Destino sonrió, burlón.

Pero describamos un poco más el lugar. Frente a mi futura ventana puede observarse una pequeña construcción de madera cuyos habitantes son una familia y un gato. En sí, varias de las casas contiguas tienen construcciones de madera sobre ellas, la mayoría en lamentable estado, con cables por aquí y por allá y (para darle stylo) a veces también con su antena de Direct TV. Porque podemos ser pobres pero no por ello menos globales.

En la primera prospección del barrio me llamó la atención esa construcción. Se estaba llevando a cabo una celebración con música cajamarquina y huayno sureño. Un grupo de chicas veinteañeras como quien esto escribe, bebían licor al son de esa música con la puerta abierta y en determinado momento notaron mi presencia observándolas curioso a través de mi persiana americana. Las jodas no se hicieron esperar y tampoco los provocativos comentarios (casi gritos) del tipo "papacito, estamos solas, ven". Antes quizá me hubiera puesto mandado e ido, pero tengo enamorada y en estas circunstancias soy fiel y preferí dedicarme a algo más cristiano: orar. Ese departamento en sí, es muy tranquilo y a mi cuarto le puse un nombre bíblico: El aposento alto. Sí, ya sé, ando más bíblico que Noé en el arca.

Subí al séptimo piso (léase: la azotea) y me dí con una hermosa sorpresa: uno de los más bellos atardeceres en mucho tiempo. Ahí sí me sentí en el centro del Centro. Podía observar al Sol ocultándose en el horizonte e incluso el mar muy a lo lejos (o en todo caso la isla San Lorenzo). Y comprendí y creí en aquellos relatos coloniales que hablaban de que los dueños de casas tales como la de Osambela se subían a lo más alto a vigilar la llegada de los barcos al Callao.

En fin, veamos qué pasa. Hay cosas buenas y malas en ese barrio, pero sé que sea como sea será una experiencia y en sí, lo único importante en esta vida, además de amar, es experimentar. Veamos qué aprendo de ese nuevo lugar.


La casita de madera del frente.

El cerro San Cristóbal al fondo y a la derecha, el edificio de la ex Radio Reloj.

Un atardecer desde la azotea.

3 comentarios:

  1. Caray vivir en el centro debe tener su encanto hay muchas cosas para ver! sobre todo los museopse iglesias, pero tambien el hacinamiento!

    Me gustaria vivir un tiempo en el centro del centro!

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  2. A mí me gustaría vivir el Centro del centro. Nunca me aburriría y tomaría fotos como loca!

    Qué lindo atardecer!

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  3. Jajjaja papacito xD definitivamenteee estaban bebiendo alcohol ajjaj mentira Fer. Me encanto ese atardecer *.* ojala y todo te valla super bien en esta etapa de tu vida.

    Un beso enorme.!

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