Corría el año 2002. Era el mes de enero y el Sol quemaba fuerte sobre las arenas de aquel asentamiento humano de cierta ciudad al norte de Lima. Las peculiaridades del terreno hacían que, a pesar de estar a algunos kilómetros, a lo lejos pudiera verse la línea azul del mar, detrás de la carretera Panamericana Norte, repleta de espejismos, y de los campos de cultivo de pepinos y zapallos.
Pepe había vuelto a mentir a su familia. Les dijo que estaría con su prima mayor, la que lo crió por casi dos años, y que vivía en aquella ciudad. Ella se prestó para el engaño, pues a pesar de que Pepe solo tenía 15 años, confiaba en su madurez y lo envidiaba por hacer algo que ella en su adolescencia hubiera querido también realizar: pasar un mes junto a la persona que quería.
La mayoría de las noches, Pepe volvía a casa de su prima, ubicada en el núcleo de la ciudad, nueve kilómetros al sur. Atravesaba los campos de cultivo y tomaba la combi en la carretera o en otras ocasiones se iba caminando mientras pensaba en lo afortunado que estaba siendo. En una ocasión su euforia fue tanta que se puso a correr por el borde de la carretera mientras escuchaba una canción que acababa de redescubrir. Una que hablaba del cielo y que lo hacía sentir extrañamente libre. El problema es que pisó, con sus delgadas zapatillas, una espina que le causó una herida que internamente aún hoy, a once años de esa experiencia, le causa molestias en la planta de su pie izquierdo cuando camina mucho. Alguna marca tenía que dejar aquel verano en él, aún de forma física, para la posteridad.
Pero ¿quién era la persona que lo llevó hasta esos parajes? No fueron los buses que por unos soles lo llevaban desde Fiori, sin pedirle documentos, sino la presencia de una chica de quién estaba ilusionado y que se había ido a pasar el verano con sus padres y hermanos, los que habían llegado de Aguaytía para instalarse en ese asentamiento humano desde meses antes. Llevaban meses de conocerse también y sus padres aprobaban la relación, ya que lo consideraban un buen chico. Él siempre tuvo esa facilidad para hacerse querer por las familias de sus enamoradas, a veces incluso más que por ellas mismas, y esa virtud la mantiene aún hoy.
Fue en ese mes que Pepe aprendió algunas cosas interesantes de la mano de ella. Aprendió que se podía hacer refresco derritiendo marcianos en tazones de agua. Aprendió que aún en la tierra arenosa podían crecer algunas plantas, si se les daba el cuidado adecuado (como en la vida misma). Aprendió que detrás del cerro había un cementerio inca (hoy desaparecido). Aprendió que las mejores historias son las que se cuentan mirando las estrellas por la noche tumbados en la arena y, sobre todo, aprendió que una vida sencilla podía hacer feliz a las personas. Esa fue una enseñanza que nunca olvidó, que puso en práctica y por la cual sería muchas veces criticado, incluso por su propia familia, fuertemente materialista.
Y fue aquella tarde cuando Pepe decidió mostrarle a su querida princesa la canción que había redescubierto y grabado en un cassette. Presionó el play de su walkman Akita, de gran bocina, y los 4:05 minutos de esa gran canción, un año mayor que él, empezaron a sonar.
Oh, pensando en todos nuestros años de juventud
solo estábamos tú y yo
éramos jóvenes salvajes y libres.
Ahora nada puede alejarte de mí
hemos estado en ese camino antes
pero eso ha terminado ahora
me tienes regresando por más.
Nena tú eres todo lo que quiero
cuando descansas aquí en mis brazos
encuentro difícil de creer
estamos en el cielo.
Y amor es todo lo que necesito
y lo encontré ahí en tu corazón
no es muy difícil ver
estamos en el cielo.
Oh, por una vez en tu vida encuentras a alguien
quién pondrá tu mundo al revés
te levantará cuando te sientas mal.
Sí, nada podría cambiar
lo que significas para mí.
Oh, hay muchas cosas que podría decir
pero solo abrázame ahora
porque nuestro amor iluminará el camino.
En el cielo, cielo...
La canción estaba en inglés y él no sabía su significado, pero había algo sublime en ella que lo hacía sentir bien. Ella tampoco comprendía, pero también se sintió feliz. Quizá no era la canción sino el hecho de que estaban juntos, contemplando uno de los más hermosos atardeceres de su vida. Y decidieron aprovecharlo como nunca, pues sabían que el mes acababa y que no se verían hasta abril. ¿Qué les depararía ese año? Eso no viene al caso.
Lo cierto es que aún años después, él conservaba aquel cassette. Ya maltratado por el tiempo, se convirtió en el testimonio sonoro de los 4:05 minutos más gloriosos de su adolescencia. Un beso selló el preciso momento en que Bryan Adams gritaba con toda la fuerza de sus pulmones la palabra "Heaven" y una frase previa a ese beso fue guardada por ambos en su memoria para siempre.
- ¿Sabes qué es esto?
- Un walkman, dijo ella riéndose.
- No, esto, dijo Pepe, señalándola a ella, al Sol y a todo lo que les rodeaba.
- Este, no.
- Esto, para mí, es el cielo :)
Geográficamente era correcto, ya que la atmósfera termina en el mismo suelo, pero no matemos el feeling. Él se refería a ese momento, a ese instante, a su pequeño pedazo de cielo. Un momento que, aún después de once años, volvió a su mente para salvarlo de una caída y le hizo darse cuenta de que si una vez alcanzó el cielo, podía alcanzarlo, al menos, una vez más.
Simplemente inspirador :)
ResponderBorrarjajajja que bonito! nunca he sido impulsivo en el amor, soy mas bien parco y sin embargo, intenso!
ResponderBorrarHermoso... Un abrazo Ferchenchitif :')
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