Eterno verano.

jueves, 18 de febrero de 2016

Vencer (o reafirmar) los miedos.



"La vida son dos días y hay que vivirla", le dijo a la Humanidad un filósofo gallego.

Gracias a cierto libro que ha influido mucho en mi vida, tengo la certeza de que estamos en este mundo para experimentar. Y ha sido en estos últimos años en que he ido enfrentando una serie de temores que tenía desde tiempo atrás: vencí mi miedo a las alturas a punta de subir cerros, vencí mi miedo a los ascensores utilizándolos cada que tenía oportunidad y mi miedo a los juegos mecánicos pues...

El ser humano es bastante especial, al menos el perteneciente al mundo "civilizado". Es el único ser vivo al que le gusta el riesgo y va en su búsqueda una y otra vez. Los gatos y los perros presienten los terremotos y salen corriendo en búsqueda de refugio, pero hay personas que en cuánto saben que se acerca un tornado van hacia él para tomarse un selfie o filmar un video que les dé unos cuantos likes en las redes sociales. Supongo que esto no habla muy bien de la capacidad de razonar de la especie, supuestamente, más inteligente.

Digamos que últimamente he estado asumiendo algunos riesgos y a consecuencia de ello terminé casi perdido en cerros de la serranía en dos ocasiones, recorriendo más de 17 kilómetros de noche en el Desierto de Atacama o caminando por barrios un poco bravos en horas no recomendables (porque no me quedaba de otra), pero aún así, la última vez que había subido a un juego mecánico fue de adolescente, a un Tagadá, a muchas insistencias de mis primos. Ayer, una amiga me animó a ir al Play Land Park y acepté: era el momento de vencer esos miedos para siempre.

La empezamos subiendo al Black Out. Sí: mi reencuentro con los juegos mecánicos se dió en el artefacto más extremo de todo el parque. Nos sentamos en las sillas y una cubierta de protección aseguró nuestros torsos al asiento. Los primeros movimientos fueron suaves, pero lo cierto es que en algún momento llegas a estar de cabeza a varios metros de altura, con el cartel de Renzo Reggiardo de la Javier Prado al fondo y la música del momento sonando alrededor. Sientes que tu estómago sube y baja y a muchos se les da por gritar, aunque yo solo cerré los ojos y me agarré a la cubierta protectora como un niño a su madre. A mi lado, mi amiga lloró y perdió sus dos aretes (¡oiga!). Cuando los valientes bajan del juego, reina el silencio, todos están bastante impresionados como para decir algo, pero nosotros corrimos raudamente para hacer cola y subir a la montaña rusa (un clásico por donde se le mire), en donde todo transcurre más tranquilo, excepto en las dos bajadas donde tu estómago vuelve a manifestarse. Mi estimada ha tenido serios problemas para comer el día de hoy y tiene mareos cada vez que se acuerda, pero dice que volverá a ir en estos días y seguirá experimentando la adrenalina.

Lo dicho: el ser humano es muy diferente a otras especies en este punto.

Por mi parte, fue un momento extremo, de esos que no repetiría, pero de los que no me arrepiento en absoluto, porque son experiencias que rompen (¡y de qué forma!) con lo rutinario. Mi fobia a los juegos mecánicos ahora está más marcada, pero quizá vuelva, aunque a lo sumo para ir al Tagadá y sentirme noventero o al Gusanito y rememorar mi ya lejana infancia (ok, no).

Si van, dejen previamente encargadas sus cosas a otra persona, aseguren sus zapatillas, quítense los aretes y no lleven monedas en los bolsillos. Aunque sería divertidísimo que desde lo alto alguien gritara "¡mis tabas, nooo!".

Ok, me calmo.

1 comentario:

  1. Como lei alguna vez, cada uno de nosotros los seres humanos podemos crecer y mejorar si enfrentamos a nuestros temores, pq asi crecemos y nos superamos...felicitaciones... es bueno enfrentar al dragon de nuestros temores... por cierto, aun existia el play land park ? pensé q sólo existió cuando era chibolo :P

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