Huara es una comuna ubicada en medio del Desierto de Atacama, en la I Región (Tarapacá), al norte de Chile. Etimológicamente, su nombre proviene de "wara", es decir, "estrella" en aimara, probablemente debido a lo hermosa que se ve la Vía Láctea en su cielo nocturno (uno de los más limpios del mundo) o a otras misteriosas "estrellas" que la gente reporta observar de vez en cuando, moviéndose sobre la solitaria carretera o las colinas de arena que circundan la zona.
Para llegar, debemos partir del terminal rodoviario de Arica y tomar uno de los buses que van hacia Iquique, advirtiendo que bajaremos en Huara, a mitad de camino. El pasaje suele costar unos 7.000 pesos.
Al llegar nos recibe un tranquilo y pequeño pueblo de carretera, no muy distinto a los muchos que hay en el Perú. Una pequeña pileta que no está en funcionamiento, unas bancas, algunos kioskos que venden gaseosas chilenas y peruanas (Oro, Kola Real, etc), un puesto de los carabineros, algunos restaurantes/cantinas y un par de hospedajes. Sin duda, un lugar tranquilo para abstraerse del mundo.
Para el desayuno, nada como comer un delicioso y contundente sandwich Chacarero a 3.000 pesos, quizá en el restaurante "La Chinita", donde encuentras una pequeña vitrina con revistas porno (véase la primera foto bajo este párrafo), un buen servicio de wifi, refrescantes gaseosas y helados, así como fotografías del terremoto del año 2014, en que el restaurante quedó prácticamente destruido pero tras el cual se levantó airoso.
Para hospedarnos, nos quedamos en el hostal "Manuelito". Altamente recomendado. Buena y muy amable atención, aunque son pocos los viajeros que llegan hasta Huara. Y es por eso que, como éramos los únicos hospedados en ese momento, la señora nos dió la llave de la puerta del hostal para que no nos quedásemos fuera en caso ella no estuviera. Es el tipo de agradable confianza que solo se encuentra en lugares como este, donde la malicia del ser humano de las grandes urbes aún no llega (y esperamos que nunca llegue).
Posteriormente, uno puede pasar a comprar unas chelas en el restaurante "Carmelita", que se caracteriza por su decorado que evoca las antiguas épocas de la explotación de salitre, el mineral desencadenante de la Guerra del Pacífico.
Y hablando de esa ya lejana guerra, en la zona de Huara también se llevaron a cabo enfrentamientos, como queda constancia en el marcador que vemos a la derecha de la siguiente fotografía, que nos recuerda la Batalla de Tarapacá.
Sin embargo, el mayor atractivo de esta zona, se encuentra a entre 15 y 17 kilómetros, en la ladera del Cerro Unita. Se trata del mayor geoglifo del mundo: el Gigante de Tarapacá, que sería la representación de una antigua divinidad prehispánica relacionada a Tunupa o Wiracocha... o quizá el recuerdo de la visita de uno de esos antiguos dioses civilizadores a los que hacen mención las leyendas de todo el mundo. Entidades que, quien sabe, quizá aún sigan merodeando por los cielos del desierto, en alguna que otra noche, de forma bastante más discreta.
No hay autos ni empresas de turismo que te lleven directamente al Gigante de Tarapacá. Tienes que tomar alguno de los buses que se internan por la carretera que va a Colchane (cerca de la frontera con Bolivia) y avisar que bajarás en el desvió hacia el Gigante. Una vez ahí deberás caminar entre dos y tres kilómetros hasta que tengas, frente a tí y en total soledad, la inmensa y evocadora imagen.
Y las horas pasan y pasan y tú no quieres irte porque una extraña sensación de paz te inunda al estar frente al Gigante. No te importan las altas temperaturas, propias del desierto más árido del mundo. No te importa que se vaya haciendo tarde y que quizá llegues a la carretera cuando la oscuridad haya hecho acto de presencia. Estar frente al Gigante lo vale, porque es como si te hablara sin emitir sonido. Como si quisiera contarte una antigua historia que ya nadie recuerda. Y como si no quisiera volver a quedarse solo, en ese remoto paraje, ya sin la devoción de los antiguos pobladores que lo trazaron a modo de reclamo, mirando al cielo, para recordarles a los antiguos dioses que esperaban su regreso.
(Hagan click para agrandar las fotos).
Si tienes la mala (¿o buena?) suerte de llegar a la carretera cuando ya es de noche, no te quedará otra opción que caminar... caminar alrededor de 15 kilómetros bajo el cielo estrellado, viendo cómo algunos buses y camiones pasan a toda velocidad a tu lado, sin verte, y viviendo momentos de total e inquietante silencio, como esos que según los ufólogos son provocados por los tripulantes de las "estrellas que se mueven" poco antes de manifestarse.
En el norte chileno se da la curiosa circunstancia de que puedes observar un ocaso cerca de las 9pm, porque la hora local tiene un desfase con la realidad. Consejo: Para calcular las horas de luz es mejor que te guíes por la hora peruana, dos horas más atrasada y, según la cual, un ocaso cerca de las 7pm es mucho más entendible.
Y la ruta está salpicada de pequeños recordatorios de aquellos que pasaron por ahí, pero no pudieron continuar su viaje.
Aún faltaba mucho camino por recorrer.
Llegamos al pueblo cerca de la medianoche y nos recibió un plato de tallarines con pollo asado. El pollo estaba buenazo, los tallarines bastante insípidos. Cosas de la gastronomía del desierto.
Mientras tanto, San Lorenzo, patrón del lugar, nos miraba de forma inquietante.
Volvería... definitivamente que sí :)