Dale un par de zapatillas de marca a un adolescente superficial y lo harás feliz.
Dale la caja de esas zapatillas a tu gato y lo harás aún más feliz.
Es probable, incluso, que el adolescente deje las zapatillas olvidadas después de unas semanas (cuando "dejaron de ser novedad") pero que el gato siga jugando a esconderse y saltar desde la caja por algunos meses más. Quizá imaginen ser felinos salvajes que desde su escondite acecharán a la presa que les servirá de almuerzo.
Siempre he creído que se puede aprender de todo y de todos y que importa más el mensaje que el mensajero. ¿Por qué no hacer un pequeño esfuerzo de humildad y dejarnos enseñar por nuestros pequeños amigos peludos?
Creo que una de las razones por las que nos gustan los gatos, los perros y otros animales de compañía es porque nos ponen en contacto con esa imaginación e inocencia de la ya lejana niñez. Cuando éramos pequeños nos escondíamos debajo de la mesa e imaginábamos que estábamos explorando una cueva sin fin. Recuerdo que, incluso, llegué a crear una historia sobre un palacio subterráneo observando las tapas abiertas de los medidores de agua de un parque cercano e imaginando que eran ventanas que llevaban a alguna parte. También veía las aspas de los ventiladores y me imaginaba helicópteros que dibujaba con mis crayolas.
Cuando crecemos desdeñamos la imaginación y la inocencia. Creemos que los muy imaginativos son inmaduros o personas que "no quieren crecer" y deben ir al psicólogo. Asesinamos a nuestros amigos imaginarios y destruimos nuestros universos paralelos. Paradójicamente es en ese momento y no antes, cuando empezamos a sentirnos verdaderamente solos y buscamos llenar ese vacío comprando toda clase de chucherías o volviéndonos adictos a un trabajo.
Creo que las personas a las que nos gustan los temas de misterio conservamos un poquito de ese mundo imaginario que aún se niega a morir en nuestro interior. Por eso creemos que otros mundos habitados o que el viejo fantasmita de la infancia (ahora llamado "extraterrestre que abduce") pueden ser posibles. Pero, como digo, es solo un poquito. Para ver la inocencia en toda su pureza es mucho más sencillo mirar a nuestros amigos de cuatro patas. Ya no digo ni siquiera a los niños, porque desde muy temprana edad se hallan influenciados por el ir y venir del mundo consumista y sus modas enfermizas.
Por eso, cuando veas a tu gato o tu perro, agradécele y trátalo bien. Él es un maestro y una ventana a ese paraíso terrenal que ya hemos olvidado y del que muchos no hubiéramos querido irnos.
Y, créeme, él también lo sabe.
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