Eterno verano.

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sábado, 2 de julio de 2016

¿Qué carajo le estamos metiendo en la cabeza a nuestros niños?

Escribo este post a propósito de una fiesta que se está llevando a cabo frente a mi casa y que, con su potente equipo estereofónico, destruye todo intento mío por avanzar trabajos universitarios o dormir.

¡Paren ya, malparíos!
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La canción más veces repetida es "Una cerveza" del grupo argentino Ráfaga, que es algo así como la canción del verano, del medio año, del invierno, y estoy seguro que también será la canción del 2016. Es una cosa realmente insoportable, que pudo ser simpática y agradable cuando no era tan común, pero ahora que la escucho en todos lados, desde la combi hasta el mencionado tono, deja de ser siquiera tolerable. Bueno, pero eso no es lo que importa.

(En este momento han vuelto a repetir la canción por tercera vez en menos de una hora).

Lo que importa es que en esa fiesta (como en las de otras familias de mentalidad simple y que tienen por hobbie el sexo sin preservativo y la reproducción conejo style) hay muchos niños presentes. Y uno de ellos (que no supera los seis o siete años) pega gritos desgarradores con la frase "porque vooos, se nota que no me querees, se nota que sha no hay amoor, entonces sha no hay más que hacer y sho me dedico al alcohoool".

Muy aparte de lo huachafo y alienado que es estar cantando como argentino cuando a leguas se te nota más peruano que una papa rellena, ponerle esta música a los niños desde edades en que su cerebro absorbe todo estímulo, lo almacena y después lo reproduce, es, cuando menos, cuestionable. Y seré políticamente incorrecto: Estoy convencido de que el hecho de que los barrios con mayor criminalidad (especialmente juvenil) o mayor porcentaje de violencia familiar bajo los efectos del alcohol (y el propio alcoholismo) sean los mismos donde predomina este tipo de música no es una coincidencia. Y si sumamos que, muy aparte de la música, se deja a esos chibolos con la televisión basura (Mayimbú y cia) como niñera de todas las tardes, no nos debe sorprender que, además de bulleros, maltratadores, borrachos y delincuentes, muchos otros, a pesar de llegar a ser ciudadanos honestos, desarrollen una mentalidad simple y sin el más mínimo concepto de trascendencia personal, por así decirlo. ¡Si se les ha enseñado a que su máxima aspiración sea esperar el chisme del día!

Sé que muchos padres dejan a sus niños viendo tele "porque no los pueden llevar con ellos al trabajo" o que otros permiten que estén rondando en estas fiestas "porque se ve chistoso el bebé bailando como borrachito o pidiendo reggaetón", pero hay que ver más allá: Con respecto a lo primero: Nadie se va a morir por no ver televisión; de hecho, gran parte de la humanidad vivió hasta hace solo unos años sin conocer la caja boba y no murieron de tedio ni se deprimieron por esa causa. Sácale la antena a tu tele mientras no estás (o el cable) y déjale a tus niños DVDs educativos, documentales, etc. Cualquier cosa será mejor que ver al humanoide que presentan en Latina por las tardes, o a los tarados que "combaten" en ATV.

Y con respecto a las fiestas, entiendo que muchos padres en su triste ignorancia cosifican a sus hijos pequeños como si se tratase de monitos, perritos amaestrados o cosas similares, pero deben entender que ese niño que hoy baila "perrea mami perrea" va a ser el mismo que años después pueda estar perreándose en serio y sin forro a cuanta bandida encuentre. Después vendrán los niños no deseados, los abortos, las infecciones de transmisión sexual, etc, y eso estimados, no les va a causar nada de gracia.

Lo que siembres, eso cosecharás. Es bíblico pero, sobre todo, es de sentido común.

jueves, 24 de septiembre de 2015

Sabiduría e inocencia desde una caja de cartón.

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Dale un par de zapatillas de marca a un adolescente superficial y lo harás feliz.

Dale la caja de esas zapatillas a tu gato y lo harás aún más feliz.

Es probable, incluso, que el adolescente deje las zapatillas olvidadas después de unas semanas (cuando "dejaron de ser novedad") pero que el gato siga jugando a esconderse y saltar desde la caja por algunos meses más. Quizá imaginen ser felinos salvajes que desde su escondite acecharán a la presa que les servirá de almuerzo.

Siempre he creído que se puede aprender de todo y de todos y que importa más el mensaje que el mensajero. ¿Por qué no hacer un pequeño esfuerzo de humildad y dejarnos enseñar por nuestros pequeños amigos peludos?

Creo que una de las razones por las que nos gustan los gatos, los perros y otros animales de compañía es porque nos ponen en contacto con esa imaginación e inocencia de la ya lejana niñez. Cuando éramos pequeños nos escondíamos debajo de la mesa e imaginábamos que estábamos explorando una cueva sin fin. Recuerdo que, incluso, llegué a crear una historia sobre un palacio subterráneo observando las tapas abiertas de los medidores de agua de un parque cercano e imaginando que eran ventanas que llevaban a alguna parte. También veía las aspas de los ventiladores y me imaginaba helicópteros que dibujaba con mis crayolas.

Cuando crecemos desdeñamos la imaginación y la inocencia. Creemos que los muy imaginativos son inmaduros o personas que "no quieren crecer" y deben ir al psicólogo. Asesinamos a nuestros amigos imaginarios y destruimos nuestros universos paralelos. Paradójicamente es en ese momento y no antes, cuando empezamos a sentirnos verdaderamente solos y buscamos llenar ese vacío comprando toda clase de chucherías o volviéndonos adictos a un trabajo.

Creo que las personas a las que nos gustan los temas de misterio conservamos un poquito de ese mundo imaginario que aún se niega a morir en nuestro interior. Por eso creemos que otros mundos habitados o que el viejo fantasmita de la infancia (ahora llamado "extraterrestre que abduce") pueden ser posibles. Pero, como digo, es solo un poquito. Para ver la inocencia en toda su pureza es mucho más sencillo mirar a nuestros amigos de cuatro patas. Ya no digo ni siquiera a los niños, porque desde muy temprana edad se hallan influenciados por el ir y venir del mundo consumista y sus modas enfermizas.

Por eso, cuando veas a tu gato o tu perro, agradécele y trátalo bien. Él es un maestro y una ventana a ese paraíso terrenal que ya hemos olvidado y del que muchos no hubiéramos querido irnos.

Y, créeme, él también lo sabe.