Eterno verano.

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jueves, 24 de septiembre de 2015

Sabiduría e inocencia desde una caja de cartón.

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Dale un par de zapatillas de marca a un adolescente superficial y lo harás feliz.

Dale la caja de esas zapatillas a tu gato y lo harás aún más feliz.

Es probable, incluso, que el adolescente deje las zapatillas olvidadas después de unas semanas (cuando "dejaron de ser novedad") pero que el gato siga jugando a esconderse y saltar desde la caja por algunos meses más. Quizá imaginen ser felinos salvajes que desde su escondite acecharán a la presa que les servirá de almuerzo.

Siempre he creído que se puede aprender de todo y de todos y que importa más el mensaje que el mensajero. ¿Por qué no hacer un pequeño esfuerzo de humildad y dejarnos enseñar por nuestros pequeños amigos peludos?

Creo que una de las razones por las que nos gustan los gatos, los perros y otros animales de compañía es porque nos ponen en contacto con esa imaginación e inocencia de la ya lejana niñez. Cuando éramos pequeños nos escondíamos debajo de la mesa e imaginábamos que estábamos explorando una cueva sin fin. Recuerdo que, incluso, llegué a crear una historia sobre un palacio subterráneo observando las tapas abiertas de los medidores de agua de un parque cercano e imaginando que eran ventanas que llevaban a alguna parte. También veía las aspas de los ventiladores y me imaginaba helicópteros que dibujaba con mis crayolas.

Cuando crecemos desdeñamos la imaginación y la inocencia. Creemos que los muy imaginativos son inmaduros o personas que "no quieren crecer" y deben ir al psicólogo. Asesinamos a nuestros amigos imaginarios y destruimos nuestros universos paralelos. Paradójicamente es en ese momento y no antes, cuando empezamos a sentirnos verdaderamente solos y buscamos llenar ese vacío comprando toda clase de chucherías o volviéndonos adictos a un trabajo.

Creo que las personas a las que nos gustan los temas de misterio conservamos un poquito de ese mundo imaginario que aún se niega a morir en nuestro interior. Por eso creemos que otros mundos habitados o que el viejo fantasmita de la infancia (ahora llamado "extraterrestre que abduce") pueden ser posibles. Pero, como digo, es solo un poquito. Para ver la inocencia en toda su pureza es mucho más sencillo mirar a nuestros amigos de cuatro patas. Ya no digo ni siquiera a los niños, porque desde muy temprana edad se hallan influenciados por el ir y venir del mundo consumista y sus modas enfermizas.

Por eso, cuando veas a tu gato o tu perro, agradécele y trátalo bien. Él es un maestro y una ventana a ese paraíso terrenal que ya hemos olvidado y del que muchos no hubiéramos querido irnos.

Y, créeme, él también lo sabe.

miércoles, 15 de abril de 2015

La gatería*


Hace meses, en uno de mis recorridos por el Cercado de Lima, descubrí la casa de los gatos (cuadra 5 del jirón Tayacaja). Uno de ellos asomó su cabeza por entre los restos de lo que alguna vez fue una ventana, en medio de la basura y maulló, como quien quiere llamar la atención. Después de un rato regresé con algo de comida y esto ocasionó que cada vez que pasaba el pequeño hacía notar su presencia, e incluso, empezó a intentar seguirme.

Decidí llevarlo a casa de mi papá, no muy lejos de ahí. Pero como gato acostumbrado a la vida en la calle, se escapó y fue la vecina quien lo recibió (a medias, porque el gato va y viene a su antojo). Ahora está bastante más grande y se ha convertido en uno de los gatos "de toda la quinta", nuevamente sin dueño único y durmiendo en la casa o el techo que le place. Lo llamé Iker, por un conocido investigador español de los fenómenos paranormal y ovni del cual sigo casi religiosamente sus programas todas las semanas.

Después recogí a otro gato más, que igualmente se unió a los gatos de la quinta. Sea como sea, al menos aquí tienen más alimento y cuidado y no están expuestos al ataque de los perros callejeros de unas cuadras más allá ni tienen que dormir, literalmente, sobre basura e insectos.

Algunas veces por semana dejaba comida y agua en esa casa, hasta que un día ocurrió algo bastante lamentable: alguien dejó abandonados tres gatos cachorros que tendrían poco más de un mes y que en pocos días se llenaron de pulgas. Les dí de comer y procuré limpiarlos ya que en mi casa no quieren más gatos. Pero en una de esas noches, quizá motivados por el hambre, dos de ellos intentaron bajar de la ventana y al caer fueron atacados por los perros de la cuadra, quienes literalmente los devoraron. El sobreviviente fue adoptado por unos vecinos. Es lamentable que se decidieran a hacerlo recién después de la desgracia, pero así de imbéciles e indolentes somos los seres humanos.

Ahora sigo pasando y dejándole comida a la colonia de gatos, ya todos adultos y casi adultos (excepto un cachorro de aproximadamente cuatro meses) que, aunque no se dejan agarrar (son "salvajes", al fin y al cabo) por lo menos están medianamente bien alimentados y sanos. Eso es lo importante, sin embargo, sería conveniente que alguna asociación de defensa de los animales asuma su cuidado, defensa y (quizá) esterilización. Para empezar se podría intentar ingresar a los restos de la casa y botar toda la basura acumulada. No es una tarea agradable pero la salud de nuestros peludos amigos lo vale.

*Gatería: Junta o concurrencia de muchos gatos (según la RAE).

domingo, 12 de abril de 2015

Domingos familiares.

Hace mucho que no tengo lo que podría denominarse "un domingo familiar" en sentido estricto. No es algo que me haga sentir especialmente mal pues comprendo las circunstancias de mi familia y, además, sé que el amor que me puedan tener (y yo tenerle a) algunos familiares no depende de un día establecido para reunirnos, aunque sería bonito. Se sentía bien y contribuyó a darme alegrías en mis primeros años.

Recuerdo los domingos de obligada reunión cuando era niño y hasta entrada la pubertad. Venía mi padrino, un italo-estadounidense de casi dos metros de estatura, laico consagrado de una orden católica irlandesa, y después de hacer algunas oraciones y hablar de cuestiones bíblicas con mis tíos, mi madre y otros parientes, se unía al festín alimenticio de rigor. Ese día sí que mi tía se esmeraba con la cocina. Después de su fallecimiento en 2002 no volví a saber de esos banquetes, salvo en unos pocos cumpleaños posteriores.

No me place almorzar con mi padre, porque siempre está presente su mujer, con quien mantenemos una guerra fría que a veces se calienta con uno que otro dardo salido de mi lengua afilada o de la suya, así que es mejor evitar problemas.

Tampoco almuerzo con mi madre, ya que ella almuerza con mi tía y, a veces, con mis parientes de Independencia, y no, no son personas con las que diga "¡qué bruto, qué tal afinidad!", así que paso.

Con quien sí almuerzo la mayor parte de los domingos es con Nelson, mi tío lejano. Él es ovolactovegetariano, así que mi domingo es de penitencia, sin carne. Pero no la extraño porque la conversación de temas sustanciosos (religión, esoterismo, historia, etc) suple cualquier carencia y además, hace verdadera magia con los ingredientes. El plato suele consistir en un arroz sazonado con trocitos de zanahoria, arverjitas y, a veces, hasta papas y fideos; al cual se suman un par de huevos fritos, plátano frito y media palta, todo con su agua de manzanilla, para evitar la indigestión. Pocas veces soy tan feliz con algo aparentemente tan simple.
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Y de fondo, música clásica.
Pero ¿a qué vino esto?

Lo que pasa es que hace unos días comí un rico cevichito frente al mar con unas amistades y una de ellas se sorprendió cuando le mencioné que algunas personas no podrían unirse a cierta celebración dominical porque tienen su día familiar. No podía creer que aún existan familias que sigan los modelos tradicionales y tengan un día instituido para estar todos juntos.

En cierto modo, que se sorprendan por ello es triste, porque nos indica que el individualismo que nos carcome va ganando la batalla y es percibido por muchos como lo "natural" y "preferible", casi como la única opción para "ser libres y felices".

Pero no, el ser humano no está hecho para estar solo y creo que los domingos familiares (así sean, como en mi caso, solo con mi tío y ocasionalmente también con mi primo) ayudan a afianzar lazos afectivos con las personas entre las cuales Dios y la naturaleza te hicieron nacer y crecer. Lazos que, por cierto, solo son cuestionados y se pierden en las últimas décadas y exclusivamente en nuestra especie. Los que estamos mal somos nosotros.
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Mamá gata paseando con su hijo gato por los techos de La Punta, quizá buscando juntos algún pajarillo para el almuerzo dominguero.

martes, 17 de febrero de 2015

Los gatos del Parque Universitario.

Todos conocemos a los gatos del Parque Kennedy, pero no todos nos hemos percatado de sus primos menos afortunados: los gatos del Parque Universitario.

Ellos, al parecer, no cuentan con trabajadores municipales que tengan la orden específica de impedir que algunos hijos de puta los maltraten, persigan, hieran o maten, como sí ocurre en el conocido parque miraflorino, donde existe la prohibición expresa, so pena de multa, de llevarse gatos sin permiso, echarles comida (porque ya han intentado envenenarlos) o maltratarlos, además de cámaras de vigilancia apostadas en los alrededores para mayor cuidado y disuasión.

El día de hoy por la tarde pude observar cómo un piraña le echó un escupitajo en la cara a uno de los gatos por el simple hecho de que le parecía "divertido" hacerlo. Y también observé como un pequeño diablo de unos seis o siete años perseguía a los gatos más huraños y jaloneaba a los más dóciles ante la indiferencia estúpida de sus ignorantes padres que miraban para otro lado y seguramente piensan en su cacaseno entender que los gatos son algo así como peluches. A unos metros de distancia se encontraban unos señores con el trajecito verde de "Serpar", pero ni se inmutaban. Yo sí tuve que putear al chibolo para que deje en paz a una gata cachorra a la que parecía haber agarrado de punto de desfogue de los traumas que le dejan sus ignorantes padres.

¡Qué diferencia con el trato mayoritariamente respetuoso que dan a los gatos los muchos visitantes del Parque Kennedy! Aunque no sea políticamente correcto decirlo, parece que sí es cierto que "hay distintas clases de gente". Muchos de los gatos del parque cercadino están sucios, desnutridos, tienen golpes, heridas y, principalmente, problemas oculares, fruto de infecciones por la contaminación, peleas por la escasa comida o por vaya Dios a saber qué cosas les haya hecho algún vago hideperra.

No quiero pensar que la indiferencia municipal con respecto al cuidado de los gatos del Parque Universitario esté relacionada al hecho de que sean ciertos los rumores de que la actual gestión metropolitana pretendería "desaparecer" a los gatos de ese lugar, como denunciaba hace unas semanas un grupo de voluntarios.

Ojo, no caigo al nivel de los animalistas-veganos-antiespecistas que condenan hasta la alimentación omnívora y creen que los animales están por encima de los humanos, pero eso no quita que uno exija respeto por unos seres que lo único que quieren es un lugar (aunque, lamentablemente, sea maloliente, cochino y lleno de gente del tipo antes mencionado) para vivir, dormir y alimentarse con lo que alguna buena persona les provea.

Ojalá pronto se den algunas campañas de adopción, pero ese también es otro punto: algunas organizaciones "animalistas" ponen mil y un peros al adoptante. Entonces ¿cómo es que quieren que los gatos sean adoptados? Que si tu casa es grande, que si etc. Mis gatos de Barranco y el gato de mi enamorada rara vez han salido a la calle y viven dentro de casas no demasiado grandes y no por ello llevan una mala vida. De hecho, están infinitamente mejor que los gatos de ese parque que tienen todo el espacio del mundo, pero que están sobreviviendo a duras penas. Hacer más campañas de adopción, ponerse menos exquisitos con los requisitos y exigirle a la Municipalidad de Lima que cuide a esos gatos y que se den cuenta de que pueden contribuir a hacer del decadente Parque Universitario, un lugar un poco más turístico como en el caso del Parque Kennedy, sería un muy buen comienzo. Mientras más se demoren, más gatos seguirán siendo maltratados, enfermando y muriendo.




sábado, 14 de diciembre de 2013

Dos extremos: Animales de monasterio y animales enamorados.

Los animales como regalos de Dios: El gato del monasterio.


Nuestro amado gato de bosque de Noruega, Hami, es más feliz cuando toda su hermandad monástica se reúne junto a él, en nuestra sala de biblioteca de la comunidad. Todos lo consideramos un miembro importante de nuestra comunidad, y Hami es el único gato que conozco que tiene su propia página de Facebook, iniciada por una mujer que lo había visto en una peregrinación al monasterio (si mi memoria es correcta).

Conocí a Hami, un gato grande, mientras caminaba cerca a nuestra antigua casa remolque (ahora desaparecida) hace unos doce años. Nos sorprendimos el uno al otro, pero al extender mi mano, se acercó a verme. Cuando lo recogimos empezó a ronronear inmediatamente, por supuesto en ese instante abrí una lata de salmón, y ahí decidió adoptarnos.

Un mes después de su llegada lo llevé a un veterinario para ser revisado y me dijeron que este gato probablemente había sido dejado por una persona de Seattle, como ocurre con frecuencia cuando la gente quiere deshacerse de una mascota y se aseguran de que el animal no pueda encontrar su camino a casa (imposible al estar el Monasterio Ortodoxo de Nuestro Salvador Misericordioso en Vashon, una isla).

A menudo digo a la gente que Hami me domesticó, ya que nunca antes había sido fan de los gatos por ser alérgico a su pelo. Poco sabía que los "bosque de Noruega" son de las pocas razas que no generan alergia.

Los gatos de bosque de Noruega tiene un muy suave doble abrigo de piel, patas grandes, rasgos faciales dulces y una capacidad muy fuerte de ronronear. Son agradables y les gusta estar rodeados de gente. Hami saluda a todos los que vienen al monasterio, escoltando sus pasos desde el estacionamiento. Todos los que alguna vez lo conocen, lo aman. He perdido la cuenta del número de personas que han declarado que nunca les han gustado los gatos, pero quieren un "bosque de Noruega" después de conocer a Hami.

Como raza inteligente que son, Hami ha aprendido a hacernos saber lo que quiere, sea agua, comida, mimos, dormir, o simplemente quedarse solo. Es un excelente compañero para todos, incluso nos acompaña cuando alguno toma una caminata en el bosque por el sendero de Valaam. Él y yo tenemos un juego especial que ambos disfrutamos. Salgo por el camino con Hami corriendo delante mío. Se esconde detrás de un helecho grande, y aunque sé que está esperando más adelante, de pronto salta y siempre se las arregla para asustarme. Entonces corre a esconderse detrás de un árbol y salta cuando alguien camina por ahí. Jugamos hasta el final del camino.

Su salud está un poco deteriorada con la edad, como la mía. Ambos sufrimos de artritis y queremos sentarnos junto al fuego en las noches frías de invierno, abrazados en el sofá, al lado del viejo abad. Me he encariñado con él y no me imagino cómo sería la vida en el monasterio sin él.

Los animales nos enseñan mucho sobre el amor incondicional. Nunca olvidaré el día en que Hami vió a nuestras gallinas recién llegadas de Rhode Island por primera vez. Estaba sentado conmigo y algunos invitados. Al percibir Hami a las gallinas comenzó a caminar hacia el gallinero. Lo seguí, como hicieron nuestros huéspedes. Al detenernos, Hami estaba agachado frente a una gallina, listo para matarla. Todo lo que se necesitó fue que le dijera: "No, Hami, ellos son nuestros amigos". Nos vió y se alejó hacia la puerta, dejándonos a los invitados y a mí solos con los pollos. Nunca más los ha molestado desde esa tarde.

Aunque he crecido con perros y gatos, no tuve una mascota desde la secundaria. Estoy muy agradecido de que Hami decidiera unirse a nuestra comunidad.

Con amor en Cristo, el abad Trifón.

¿Se enamoran los animales?

En una entrevista publicada en el blog Phronesis, Helen Fisher, antropóloga dedicada desde hace alrededor de 30 años al estudio del amor romántico, mencionó entre otras cosas, que los animales experimentan lo que ella llamó "un amor romántico primitivo" dejando de comer y beber cual adolescentes humanos enamorados.



Ante esto, dos testimonios.

"Y si cuento la experiencia de Rocky, mi perro, podría decir que se enamoró. Hace varios meses atrás, cerca de mi casa, vivía una perrita llamada Stwar. Ella, idéntica a Rocky solo que en versión hembra. Se conocieron en una de sus tantas escapadas de mi perro y desde entonces se llevaron muy bien, pasaban la tarde juntos paseando y jugando en el parque, tan bien juntos que en un par de ocasiones la trajo a casa. Todos los días esta perrita venía a buscarlo, rascaba la puerta y Rocky dejaba de hacer por acercarse a la puerta y olfatearla, entonces comenzaba a rascar la puerta y a llorar para que lo dejara salir. Cabe recordar que su apetito disminuyó y que se pasaba todas las noches aullando. Así estuvo durante buen tiempo, hasta que Stwar lo dejó por irse con otro, le partió el corazón a mi perro. Tengo que decir que durante todo ese tiempo Rocky le fue fiel y la "respetó", creo que precisamente esto fue lo que hizo que Stwar se aburriera, se buscó a otro perro con el que a un par de días intimó. Rocky cayó en depresión, dormía todo el día, apenas comía y lloraba durante las noches. Afortunadamente el dolor le duró poco y ahora está bien con una nueva compañera". (Gaby).

"Frente a la casa de mi papá hay un par de gatos enamorados. Todas las noches se maúllan de un techo a otro, hasta que uno de los dos salta y acompaña al otro. Se pasan juntos toda la noche y a veces buena parte del día. Un perro envidioso les ladra desde un techo vecino  A veces aparece otro gato de los tantos que hay por ahí y lo botan porque solo quieren estar ellos dos  Suspiro". (Tolerancio).

Los susodichos en pleno chape.