(Escrito en el verano 2014).
Hace algunos días tuve una de esas típicas mañanas en las que me levanto sin saber qué me depararía el día. Estoy aburrido y entonces dejo que las cosas se vayan dando. El sol se muestra propicio para darse un baño en el mar y salgo a ver las playas más cercanas a mi casa. Todas llenas. Pregunto a una amiga por cómo están las playas cercanas a su casa (Ancón) y me dice lo mismo. Todas repletas.
Frente a esto surge la idea de ir hacia el sur, pero ya sé que San Bartolo y Punta Hermosa están con mucha gente y yo lo que quiero es pensar, relajarme, estar tranquilo sin que un chibolo me llene de arena al pasar corriendo a mi lado o cosas así. De modo que el sur quedó descartado y decidí ir al norte, más al norte de lo habitual y terminé en una playa a la que año tras año quise volver, pero que en realidad no veía desde la mitad de mi adolescencia, en la que fue muy significativa. Recordaba sus chorritos de agua, probablemente muy similares a los que hasta hace un siglo caían de los acantilados de la ahora reseca Costa Verde.
Sin más preámbulo, los dejo con algunas fotos de Playa La Viña, un lugar que siempre recordaré, aunque dudo que vuelva en el futuro cercano.
Camino de ingreso. |
Una piscina super relajante y natural. |
Agua dulce filtrándose por los acantilados. |
No hay comentarios.:
Publicar un comentario