Eterno verano.

domingo, 19 de julio de 2015

El enigma de los selfies.

Cada cierto tiempo se ponen de moda y se muestran como novedades algunas cosas que siempre han existido y que, por ser obvias, no merecerían mayor interés. Es el caso de los selfies.

Siempre han existido las autofotos, desde, incluso, antes de que se popularizaran las fotos digitales, y desde luego mucho antes de que los celulares tuvieran la camarita delantera creada ex profeso para tal fin. Tengo fotos tomadas con cámara analógica de 2002 o 2003 donde un grupo de amigos del barrio, el cole o la parroquia y yo, aparecemos tomándonos autoimágenes.

Creo, personalmente, que los selfies surgen por dos características muy extendidas de nuestra época: la soledad y la desconfianza. Añadiría también el narcisismo. Pero vayamos por partes.

La soledad, porque si te tienes que tomar una autofoto es porque no hay nadie más a tu alrededor para que pueda tomártela. Y como tal, se vuelve una forma de capturar escenas bastante íntimas (ejemplo: las fotos ridículas o "sexys" frente al espejo del baño) o registrar logros alcanzados "por uno mismo" (ejemplo: un escalador que llegó solo a la cima de una montaña tiene que inmortalizar eso sí o sí porque, de no hacerlo, quizá no le crean). Pero en el caso de autofotos donde estás comiendo solo una hamburguesa o sentado solitario en la butaca de un cine, habría que hacerse otras preguntas con respecto a esa soledad registrada.

Desconfianza porque, supongamos que son un gran grupo de personas que van a tomarse fotos en una plaza muy bonita pero famosa por su inseguridad. ¿Le darías tu cámara o celular a un extraño que podría irse corriendo con tu artefacto? Lo más probable es que no. Así que apriétense que todos queremos salir en la foto con la estatua de San Martín al fondo.

Lo del narcisismo es muy evidente. Supongamos que te tomas una autofoto con tu grupo de amigos. O con tu salón de clase. O a esos artistas que se toman un selfie al finalizar el concierto con 5.000 desconocidos atrás de ellos. Creo yo que el hecho de que quien toma la foto aparezca en un exagerado primer plano es una manera de expresar "este soy yo... y el mundo" o "yo... y los demás". Los demás más pequeños, algo difuminados y muchas veces agolpados para salir en el cuadrito de píxeles del cual tu cara ocupa más del 40% del espacio.

Me hace recordar a esas fotos antiguas donde el patriarca de la familia se ponía al centro, más cerca a la cámara y los familiares y la servidumbre se ponían atrás, a modo de séquito.

Hay, también, casos de selfies que han terminado en muerte, como el de aquellos europeos que trataron de tomarse una autofoto en el borde de un acantilado, les falló el equilibrio y cayeron al abismo.

Pero el selfie que a mí me descolocó fue el de una persona que en pleno examen esperó que el profesor se voltease, sacó su palo selfie y se tomó la foto de "yo triunfante y los demás desaprobados", ocasionando que la chica sexy del salón lo mande al carajo y el docente le dé cuatro o cinco patadas verbales y lo expulse del aula por gracioso.

¿Qué indica esta necesidad de figurar lindante con el ridículo? ¿Ganas de llamar la atención ante un entorno cercano que sentimos nos ignora? ¿Ganas de mostrarse superior a los demás al estar a "la última moda tecnológica"?

Todo un enigma el selfie y lo tenemos tan cerca. Más cerca que cualquier ovni, aunque eso sí, con harto marciano.

1 comentario:

  1. Muy buen análisis, y en mi humilde opinión añadiría exhibicionismo y falta de pudor (vio esos selfies post-sexo) un recontra ¿juattt?!
    Saludos.

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