Eterno verano.

viernes, 27 de mayo de 2016

La vida como permanente competencia.

Desde niño me nació cuestionar el tema de las competencias. En el colegio las madres tenían una lucha irracional para que sus hijos "demuestren ser mejores que los demás", aunque en el fondo lo que más les preocupaba era que se les reconociese como "mejores madres" que las otras, evidenciando su propia inseguridad. Una vez en la universidad me dí cuenta que esos hijos emprendían sus propias competencias, matándose por estar en el tercio o quinto superior y usando buenas y malas artes para ello: desde dejar de dormir para estudiar más, hasta darle un regalito al profe o copiar en los exámenes.

Cuando estuve practicando en un conocido hospital, me dí con la sorpresa de que las madres gritaban a sus hijos (y se peleaban con otras madres) para que estos ganen el juego tal o cual que se organizaba por Navidad. El premio sería un juguete chino, de esos baratos y era fácil darse cuenta que a las madres no les importaba el camioncito coloreado con pintura tóxica, sino "demostrarles a los demás que tenían al hijo que corría más rápido o era más ágil", por supuesto gracias a su magnífica crianza.

La sociedad está enferma, enferma de competición. Y luego se quejan de porqué existe tanto individualismo, falta de solidaridad y asunción de riesgos estúpidos: pues la exacerbación de la competencia es una de las causas.

Y así tenemos algunos casos:

Las competencias por "quien es el más musculoso" terminan con varones hormonándose y generando enfermedades a mediano o largo plazo.

Las competencias por quién es "la más bella" terminan con un montón de mujeres frustradas, anoréxicas, bulímicas y con la autoestima por los suelos.

La competencia por "quién es el más rápido y tiene la mejor caña" terminan en los piques ilegales que ya han dejado bastantes muertos en las madrugadas limeñas.

La competencia por "quién se toma el selfie más arriesgado" (o "quién tiene la vida más chévere" en versión fotográfico-patológica) ya ha causado varias muertes, al punto de que en la ciudad de Bombay han tenido que señalizar lugares en los que está prohibido tomárselos bajo pena de multa.

La competencia por "quién es el más papi y se levanta más flacas" termina con un gran vacío interior al pasar el tiempo y con infecciones de transmisión sexual o una conocida enfermedad mortal, en bastantes casos.

Antes de continuar, les sugiero chequear este video. Es corto, pero va al punto, sobre todo en su frase final.



Entonces ¿es tan bueno, sano, natural y normal aquello de competir?

Les doy un ejemplo cercano: Tengo un amigo que se pasa la vida compitiendo, y aún en sus momentos de relax y disfrute personal, se ocupa de pensar que mientras él está disfrutando, hay otros que disfrutan más y eso no puede ser, así que a la siguiente vez los superará. Se dedica a las inversiones a través de una conocida plataforma en internet y enseña el manejo de la misma a otras personas, a quienes les inculca que deben competir y ganarle a otros y que la ambición por acumular dinero es buena, ya que así lo leyó en uno de los típicos libros de "hágase millonario" que algún no-millonario escribió en un momento de paja mental. Esta forma de pensar trascendió a su vida personal y terminó viendo la esfera de lo sentimental como un campo de competición, por lo que dejó de tener escrúpulos para cortejar a mujeres que tenían novio o enamorado, ya que le "causaba adrenalina" (en sus palabras) competir y ganarlas, y cuando no lo lograba le frustraba. Así, sin el más mínimo sentimiento de culpa ni autocrítica sobre lo inmoral de la situación.

En una ocasión, conversando sobre el tema, me dijo que el inicio de su afán competidor se dió cuando estudiaba la primaria en un conocido y privilegiado colegio, donde siempre se daban competencias inter-secciones e interescolares. Era motivado/obligado por sus padres una y otra vez para participar en cuanto campeonato hubiera: de fútbol, de básquetbol, de tenis, siendo amonestado por su "fallo" si es que perdía, y con el pasar del tiempo las amonestaciones se las daba él mismo automáticamente. Llegado el último año de la secundaria fue invitado a participar en un campeonato deportivo en otro país y perdió, situación que hasta ahora recuerda con sentimientos vivos, marcando el verdadero punto de partida de su desbocada carrera de intentar ganar a todos en todo, y es parte de su actual justificación para evitar pensar en lo ridículo y dañino que es andar compitiendo contra todo el que se le cruce.

A los que dominan la sociedad les conviene que compitamos (y por esto difunden y generalizan la idea de que la vida es una eterna competencia), porque así produciremos más en lo laboral y los patrones tendrán mayores ganancias pagándonos lo mismo. Esta (y no una genuina preocupación por el bienestar de los trabajadores) es la verdadera razón por la que los empresarios promueven la creación de programas de bienestar laboral, campañas de prevención de accidentes laborales (les conviene que sus trabajadores no se hagan yaya para que sigan produciendo sin parar) y muy especialmente actividades de "recreación", "confraternidad" y "mejora del clima laboral", que tienen como momento estrella el campeonato relámpago donde las distintas áreas de la empresa COMPITEN entre sí, para después terminar (inconscientemente en la mayoría de los casos) trasladando esa competencia a sus actividades laborales cotidianas. ¿Te darán mayor salario por "ganarle" en productividad al área del costado? En la mayoría de las empresas no: seguirás cobrando el mismo magro sueldo de toda la vida, pero te harán creer que vales mucho regalándote alguna cartulina condecoratoria sin valor monetario alguno, mientras tú te enfermas de estrés y el sueldo se te va en pagar terapias psicológicas y fármacos psiquiátricos para que puedas ¡seguir produciendo para otros!

Amigo, no existe la "sana competencia", entiéndelo ya. Tarde o temprano, vivir compitiendo te pasará la factura. Y ahí te lamentarás: cuando hayas perdido media vida en cojudeces.

Y para finalizar, la frase motivadora de la tarde:
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"¿Para qué competir, si cada uno es diferente? ¿No será mejor cooperar desde nuestra diferencia?".

lunes, 23 de mayo de 2016

5 tipos de personas ridículas que encuentro en Facebook.

No las entiendo, por más que me esfuerzo (y faltan varias más).

1. Las que publican cada vez que se pelean con el enamorado o con sus amigas/enemigas y les lanzan "indirectas" desde su muro, diciéndoles de todo y esperando, seguramente, muchos likes y comentarios solidarios al estilo "no te preocupes, ese es un puto, tú vas bien y te mereces mucha felicidad". Tristes inseguras.


El estado de un amigo que me hizo reflexionar al respecto.
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2. Las que le ponen hashtag a cualquier huevada: Miren, les informo que los hashtags sirven para crear tendencias, por ejemplo: #debatepresidencial2016 #YoVotoPorKeiko #SubeSubePPK en Twitter. ¿En serio crees que alguien va a buscar o hacer tendencia #mesorprendímucho #elcaféestabacaliente o alguna otra inmadurez similar?


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3. Las que ponen citas bíblicas como leyenda de una foto en la que sus senos, su trasero o sus piernas ocupan el 70% del espacio visible. O sea, está bien que algunas tengan un cuerpo bien bendecido, pero...


Y para colmo, es un Proverbio.

4. Las que ponen la foto de su cara acompañada de frases de algún libro de autoayuda o novela juvenil. O sea ¿qué tiene que ver el rostro de esta persona con la frase "Y Pipo le dijo a Pepa: ámameh"?. No hay relación alguna, no sean ridículos.

5. Las que llevan dos semanas de relación y ya se escriben "te amo" cada 3 minutos en el Facebook, con fotos incluidas y comentarios invasores en las publicaciones que a su pareja le hacen personas del sexo opuesto. Creo que estos son los más ridículos de todos.

sábado, 14 de mayo de 2016

Visitando las playas de Chancay 2: Playa La Viña: Una década después.

(Escrito en el verano 2014).

Hace algunos días tuve una de esas típicas mañanas en las que me levanto sin saber qué me depararía el día. Estoy aburrido y entonces dejo que las cosas se vayan dando. El sol se muestra propicio para darse un baño en el mar y salgo a ver las playas más cercanas a mi casa. Todas llenas. Pregunto a una amiga por cómo están las playas cercanas a su casa (Ancón) y me dice lo mismo. Todas repletas.

Frente a esto surge la idea de ir hacia el sur, pero ya sé que San Bartolo y Punta Hermosa están con mucha gente y yo lo que quiero es pensar, relajarme, estar tranquilo sin que un chibolo me llene de arena al pasar corriendo a mi lado o cosas así. De modo que el sur quedó descartado y decidí ir al norte, más al norte de lo habitual y terminé en una playa a la que año tras año quise volver, pero que en realidad no veía desde la mitad de mi adolescencia, en la que fue muy significativa. Recordaba sus chorritos de agua, probablemente muy similares a los que hasta hace un siglo caían de los acantilados de la ahora reseca Costa Verde.

Sin más preámbulo, los dejo con algunas fotos de Playa La Viña, un lugar que siempre recordaré, aunque dudo que vuelva en el futuro cercano.

Camino de ingreso.






Una piscina super relajante y natural.


Agua dulce filtrándose por los acantilados.



jueves, 12 de mayo de 2016

Feliz 465 Aniversario, San Marcos.

El mundo visto desde la huaca.
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Recuerdo las palabras de mi mejor amiga (sanmarquina, base 2009) cuando ingresé a la UNMSM en 2011: "Solo se es cachimbo una vez". Lo decía en referencia a que yo tenía dos experiencias universitarias a cuestas, una fallida y otra actualmente en stand by, y que, por ende, había conocido por partida doble experiencias como el "primer día de clases", los "primeros trabajos grupales", las "primeras juergas universitarias" y demás cosas propias de la vida académica, así que, supuestamente, nada debería sorprenderme. Se equivocó de cabo a rabo.

Es cierto, yo he estado antes en dos universidades privadas. La primera, grande y de cierto prestigio, me hizo conocer la dureza del estudio, pero también la superficialidad de estar entre compañeros que todo lo tienen y a los que no les interesa pensar que su situación de privilegio es una isla en un mar de ciudadanos con carencias y mucho menos cuestionar si la situación de estos últimos podría cambiar. La segunda, pequeña, nueva y conservadora, reafirmó mis valores humanísticos, pero tampoco me invitó a ver más allá de lo cercano. Esas cosas las descubrí en San Marcos.

En San Marcos he sentido, por primera vez, orgullo por la casa de estudios en la que estoy, conocí por vez primera a un profesor que me llenó de admiración (siendo sumamente difícil que yo admire a alguien) y aprendí que cualquiera puede embutirse de información paporreteada, sintiéndose super intelectual, pero que lo que realmente vale es construir nuevos saberes en base a los libros que por propia iniciativa estudies y a las experiencias que en el campo vayas viviendo, de tu contacto con personas de distintas procedencias, saberes, historias de vida, anhelos, intenciones y un largo etcétera; y más allá de ello, llevar esos nuevos conocimientos a la práctica. No ha transcurrido un solo día en el que no haya aprendido algo valioso en mi universidad (y no necesariamente en las aulas) y después de todos estos años puedo decir que hay un poquito (o mucho) más en mi sesera que cuando asistí a clase por primera vez. Me siento satisfecho, a pesar de ser plenamente consciente de que aún hay demasiadas cosas por cambiar.

Me quedan solo unos meses más en el pregrado (si cierta profesora no me trollea en su curso y logro llevar en verano otro curso que debo) y es una experiencia que jamás olvidaré. He conocido el Perú en pequeño y he aprendido de él mucho más que en todos mis viajes juntos y en todas mis experiencias anteriores. Me agradezco el momento ya lejano en que, sentado en la playa de Ventanilla, tomé la decisión de postular.

Pero esto no queda aquí, prometo volver para el posgrado y, como muchos egresados hacen, también para los interfacultades, los interbases y demás celebraciones que dejaron muchas anécdotas para todos los que a ellas asistimos.

Feliz 465 aniversario, San Marcos, siempre te estaré profundamente agradecido, mucho más de lo que unas apuradas líneas puedan expresar.

(Son líneas apuradas porque tengo clase en media hora).

Patio de Ciencias, Casona de San Marcos.

viernes, 6 de mayo de 2016

Recordando "El valle de Gwangi".

Allá por mediados de los 90s llegó a Perú una interesante colección de fascículos que bajo el nombre de "Dinosaurios" producía la editorial española Planeta. No tuvo gran éxito, pero yo estaba encantado con la misma y cada vez que salía con mi madre y pasaba por algún kiosko preguntaba si ya había salido un nuevo ejemplar. Recuerdo que con cada uno venía una pieza de "huesos" o "piel" de un dinosaurio armable y logré completarlo, aunque no tengo ni idea de dónde esté ahora.

Fue en esos fascículos en dónde leí la reiterada mención a la vieja película "El valle de Gwangi" (1969) y coincidió que, por única vez, un canal nacional la transmitió. Hace unos días la encontré online y aquí les hago una breve reseña, desde mi muy personal punto de vista.

Llega un cowboy a un típico pueblo hispanoamericano (desde los estereotipos que de nosotros tienen los gringos) con su rodeo, su plaza, su iglesia, sus caballos y un niño llamado Lope (¿quién carajo llama Lope a su hijo por estas épocas?). Avanza la película y aparece un paleontólogo que defiende la tesis de que el hombre convivió hace millones de años con antiguos mamíferos como el eohippus (antepasado del caballo) y muestra el fósil de una pisada del pequeño equino al lado del hueso de un homínido.

Por esas cosas de la vida, uno de los protagonistas encuentra (¡oh casualidad!) a un pequeño caballito que resulta ser (ajá) un eohippus. Lo capturan y lo primero que piensan no es en llamar a los especialistas más reputados para que esto entre en los anales (!) de la ciencia sino que el paleontólogo se orgasmea pensando en la fama que esto le dará y el galán con su amada piensan en utilizar al rocinante como atracción circense en un espectáculo en el que Diablo (que esa era su gracia) bailase sobre otro caballo. La humanidad nunca fue mejor dibujada.

Estos se traen algo entre manos.

Por supuesto, la curiosidad del ser humano es insaciable, y no pararon hasta llegar a unas montañas que según los lugareños eran prohibidas. Después de tirar de unas rocas dieron con la entrada que los condujo a un valle escondido, donde la vida se había quedado detenida desde lejanas eras. Se encuentran con un pterodáctilo y asisten a una pelea entre un tiranosaurio y un estiracosaurio.

Todos sabemos cómo acabará esto.

Digamos que el terópodo les cayó en gracia y decidieron capturarlo, cosa que lograron tras algún intento fallido. Le pusieron por nombre Gwangi y decidieron llevarlo al pueblo para... ¡ponerlo de atracción en el rodeo! porque el caballito ya había pasado de moda y querían algo más divertidín.

¡Gwangi se está garchando a todos!

Parece una escena de Los Picapiedra, sobre todo por la jaula.

Por supuesto, esto no podía terminar bien. El rey de la especie que gobernó el mundo por alrededor de 150 millones de años no podía permitir tal vejación y es así que escapa y empieza a hacer de las suyas. Para empezar, decide cambiar de menú y ataca a un elefante del rodeo en una impresionante escena imposible en la que dos eras se enfrentan.

Como si de un dragón se tratase, el alocado Gwangi decide perseguir a los seres humanos que osaron capturarlo y los acorrala en una iglesia católica. Profanando lo sagrado entra en medio de las bancas, las pinturas y las columnas de hispánico estilo. Los humanos tratan de defenderse con una suerte de lanza, pero la bestia se libera y sigue al ataque.

"Si la Iglesia es universal ¿por qué no admite a un dinosaurio?".

¡Atrás bicho!

Al final se hace fuego y el dinosaurio termina su mesozoica existencia quemado delante del altar, como alegoría del triunfo de la Luz sobre las tinieblas. Hay una escena en la que aparece el sagrario, con el triángulo que representa a la Trinidad (aunque los conspiranoicos dirán que prueba que el filme es illuminati) y a un lado, Gwangi va quemándose, en medio de las llamas de su maldad.

Esta escena da para un post entero debido a su simbolismo.

Como les digo, una película que en estos tiempos sería vista como un despropósito digno de risa, pero para su tiempo poseía efectos especiales muy realistas y una historia de esas que te pueden pasar cuando te internas por olvidados parajes. Definitivamente, un clásico que merecía ser comentado en este tu blog que te quiere y te engríe.