Disculpen, así de huachafas eran mis editadas c. 2005, por eso prefiero cubrir los rostros xD |
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A ver ¿Dónde estaría en un verano como este pero en plena adolescencia sabrosona, allá por 2005? ¿Habría estado buscando ovnis en Chilca para hacer mi libro, como hoy? ¡No! ¿Habría estado tumbado cual sirénido varado en Ancón o Chilca? ¡Tampoco! Seguramente estaría ni más ni menos que refrescàndome y conversando de la vida en la piscina.
A ver ¿Dónde estaría en un verano como este pero en plena adolescencia sabrosona, allá por 2005? ¿Habría estado buscando ovnis en Chilca para hacer mi libro, como hoy? ¡No! ¿Habría estado tumbado cual sirénido varado en Ancón o Chilca? ¡Tampoco! Seguramente estaría ni más ni menos que refrescàndome y conversando de la vida en la piscina.
Pero ¿por qué el título de este post nos habla de una pichina y no de una piscina?
En honor a la verdad, el término fue popularizado muy posteriormente, en 2011, por Elizabeth, una buena amiga de la que ya hablaré si me decido a hacer un post sobre el Oopart que encontró en una playa, pero no nos adelantemos. Digamos que un día ella fue a una conocida piscina de Lima Norte y quedó pasmada al darse cuenta de que en la hora de mayor afluencia de público, las anteriormente prístinas aguas adquirían una tonalidad ambarina, como si nadara en un mar de miel. En la piscina a la que yo iba, el agua no adquiría esa tonalidad, sino más bien un color ligeramente grisáceo, como consecuencia de toda la carca que le sacaba a los asistentes la elevada cantidad de cloro del agua.
La primera vez que visité una piscina fue a mitad de la primaria y es para mí, de ingrato recuerdo. Casi me ahogo porque se me ocurrió hacer un clavado Chavo en Acapulco style y eso ocasionó que hasta bien entrada la secundaria me jodieran por ello. Pero ya en la adolescencia se me dió por enfrentar y vencer mis miedos y así como vencí el miedo a hablar frente al público y el miedo a las alturas, también tenía que vencer este miedo y decidí aceptar la invitación de unos amigos para ir a una pequeña piscina ubicada dentro de un conocido colegio cerca al límite tripartito entre Barranco, Surco y Chorrillos y que era alquilada a cualquier transeúnte cada verano.
Si alguien quiere ilustrar un trabajo que verse sobre la sobrepoblación tiene, a mi modesto entender, dos opciones: o coloca una foto de la desaparecida Kowloon o coloca una foto de esa piscina al mediodía de un sábado. Casi no había lugar para nadar porque corrías el riesgo de que tu cabeza, tus pies o cualquier parte de tu cuerpo chocara contra cualquier parte del cuerpo de una o varias personas. Por supuesto, ahí iba toda la fauna que abunda, ya no digamos en cualquier piscina, sino en cualquier playa: el grupo de chicas sexys, los pirañitas wachiturros por los cuales convenía tener siempre cerca tus cosas, la familia feliz, los que querían impresionar con su forma de nadar, los que estaban aprendiendo a bucear, los meones, los gileadores, y hasta el gay en tanga que dedica miradas lascivas a algún varón de cuerpo formado, en este caso a mi amigo. Era Agua Dulce, pero en chiquito y pagando 2 soles la entrada.
Hoy recuerdo aquellos momentos con indisimulada nostalgia. Definitivamente se es más temerario en la adolescencia. ¿Qué habrá sido de esa pichina? Sospecho que sigue mucho peor, así que no, aunque la curiosidad me inunde no volveré por ahí.
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